El compromiso con el arte de Francisco Escudero
En la flamante nueva sede del Orfeón Donostiarra, y en su sala para conciertos de cámara, hizo su aparición el domingo por la tarde la música del siglo XX. Las versiones estuvieron a cargo del grupo Ostots que dirige el compositor Ramón Lazkano y patrocina la Consejería de Cultura del Gobierno vasco. Un nombre emblemático como es el de Pierre Boulez abría la sesión con Derive, compuesta en 1984; es un ejercicio sutil de su poética sonora hecha de silencios, sensaciones y refinamiento acústico. De Toru Takeinisu, muerto el año pasado a los 65 años, escuchamos Rain spell, de 1982, casi una serie de hai-ku muy expresiva del sentir, el gusto colorista y la pureza de línea de los creadores japoneses; del americano Morton Feldinan, desaparecido en 1987, fue programada The viola in my life II, todavía más escueta y depurada que otras páginas suyas que alcanzaron fortuna, como El Estrecho de Magallanes.El acontecimiento era el estreno mundial del Concierto para clave, de Francisco Escudero, un maestro de su generación con el que se han formado tantos compositores vascos de generaciones sucesivas. Cuenta Escudero 84 años de edad y nos asombra constatar la lucidez de su inteligencia musical el aliento de su espíritu y la frescura de su invención.
En el Concierto, el clave está rodeado por un grupo instrumental de viento, cuerda y percusión, y resulta admirable la continua y cambiante impostación del instrumento de teclado con los demás, bien sea al completo, bien por parejas o individualidades. A lo largo de un discurso expresivo y narrativo, recibimos la impresión de algo que sin parecerse, recuerda la continuidad regular / irregular de Scarlatti, a través de un lenguaje que usa con feliz naturalidad todos los recursos composicionales: melódicos, armónicos, rítmicos, tímbricos y contrapuntísticos, a los que hay que destacar un sabio tratamiento de la disonancia transmutada en biensonancia. A pesar de la variedad, todo el concierto presenta una estrecha cohesión y un aire de creación libre y fuertemente individual capaz de transmitirnos lo que Escudero, hijo, denomina la verdad enunciativa".
La versión de Lazkano y su conjunto fue clara, responsable y desentrañadora, y brilló con oros bruñidos de gran belleza el arte de la clavecinista donostiarra Loreto Fernández Imaz.
Francisco Escudero, que trabaja en estos momentos en un concierto para violín, recibió el homenaje cálido y entusiasta de una audiencia que rebosaba el local. Muchos pensamos, una vez más, si no se ha dado a este maestro el trato que merece. Posiblemente todo se debe a un problema de actitudes, tal y como acaba de expresar Boulez en Salzburgo al decir: "hay dos clases de músicos: las estrellas que van tras el dinero y venden su imagen, y los que buscan un compromiso con el arte y la creatividad". Indudablemente, el maestro Escudero pertenece, por instinto y por voluntad, a la segunda y más alta categoría.
Babelia
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