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Pacificación

Enrique Gil Calvo

Como todos los veranos, las juventudes etarras siembran su país de hogueras pacificadoras, celebrando las fiestas populares con atentados dirigidos, contra su propio pueblo. Pero, en este mes de agosto, la Intifada de Jarrai se ha visto reforzada por la oportuna cruzada emprendida por Izquierda Unida y el PNV contra la decisión gubernamental de no desclasificar los papeles del Cesid. La consecuencia previsible, que no se ha querido eludir ni evitar, ha sido la desestabilización de las Mesas de Ajuria Enea y Madrid. ¿Era preciso quemar estas naves sólo por afán justiciero? ¿O es que apetecía vengarse del PSOE y castigar al Gobierno a cualquier coste?Conviene que los políticos sean pragmáticos, sobre todo cuando tienen responsabilidades de gobierno. Y esta vez no ha sido así, pues PNV e IU han entrado al trapo, despreciando las consecuencias esperables en términos de apoyo político a los violentos. ¿Por qué lo han hecho? En el caso de IU, la explicación es simple. No aspirando a gobernar, sino sólo a recriminar, se da el lujo autista de contemplar desde su orilla cómo arden los demás en el incendio de la de enfrente. Y, como no sabe hacer política ni puede hacer la revolución, finge hacer justicia cuando lo que busca es hacer piromanía.

Pero el PNV no es un pirómano: como tiene responsabilidades de gobierno, es de suponer que trata de lograr lo mejor para su país. Y, sin embargo, objetivamente, les hace el juego a los violentos. ¿Por qué? De creer su teoría, eso es lo que exige una política de pacificación. Pero no parece muy convincente, pues a veces la pacificación se confunde con la claudicación. Así sucede, por ejemplo, cuando hace suyos los argumentos políticos que esgrime HB, intentando robárselos para privarle de armas electorales. Ya se sabe: contra terrorismo, más nacionalismo. Pero esta línea, llevada hasta el extremo, conduce a la cabeza de la manifestación abertzale. Y allí siempre le ganará HB, que se guarda la baza de ETA como un as bajo la manga. Por eso el PNV les acusa de fascistas, pese a lo cual sigue claudicando ante ellos al sumarse a sus reivindicaciones políticas. ¿Acaso cree que se puede aplacar a los violentos con más concesiones? ¿No recuerda a dónde condujo el Pacto de Múnich que intentaba pacificar a los nazis?El PNV peca de ingenuo si espera apaciguar a ETA por las buenas. La teoría de juegos ha demostrado que los conflictos sólo pueden resolverse mediante la capacidad de represalia: para que el adversario coopere es preciso obligarle, pues, si se le hacen concesiones, poniendo la otra mejilla como aconseja el Evangelio, terminará por abusar. Sucede como con los niños, que, si les das un dedo, se quedan con la mano y el brazo entero. Pues bien, el PNV se comporta con HB como un padre permisivo que le consiente a su hijo todos los desmanes, alertándole objetivamente: ¿Cómo se explica esta tolerancia suicida? Sin duda, el PNV se comporta con mansedumbre porque espera redimir así a los violentos, convenciéndoles de que deben apaciguarse. Y en esto demuestra su fe democristiana, que le hace aceptar la parábola del hijo pródigo. Pero recompensar la belicosidad del hijo que se tira al monte no conduce a comprar su apaciguamiento ni lo devuelve a casa, pues sólo sirve para entregarle las llaves del redil.

Con ello, el PNV demuestra no dar la talla como partido nacionalista con voluntad de Gobierno, dada su incapacidad para ejercer el liderazgo de su propia sociedad civil. En vez de esperar que el hijo pródigo se canse de asolar el monte y decida volver al redil, más le valdría tomar el mando e imponer la ley, obligándole a aceptar la autoridad moral de sus mayores. Es cierto que no habrá pacificación completa sin que se depuren antes las responsabilidades históricas sobre la guerra sucia contra ETA. Pero eso no exime al PNV de su actual deber político, que le obliga a liderar la insumisión de los vascos contra el chantaje de sus peores hijos pródigos. Pues mientras la sociedad vasca no recupere su propio respeto la pacificación no será posible.

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