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El precio de la presión

Antonio Elorza

De comprobarse el episodio de los dos periodistas de acción de Egin, nos encontraríamos ante algo sorprendente en apariencia, pero no ilógico y que pudiera tener antecedentes. Recuerdo hace algún tiempo el relato también exclusivo de la agresión a un empresario en otra publicación radical, donde los movimientos de uno de los atacantes eran puntualmente descritos. Lo curioso es que el agresor había actuado por la espalda, con lo cual la víctima no pudo verle y tampoco hubo testigos: ¿caso de videncia o responsabilidad del anónimo cronista? Algo parecido sucedió con la información privilegiada del atentado de Salvatierra, destinado verosímilmente a servir de advertencia a empresas reticentes. Reunir en una las tres fases necesarias de recogida de información -más fácil para un periodista-, ejecución y noticia admonitoria tiene sus ventajas al reducir contactos y ajustar el alcance del atentado con el mensaje a transmitir. Pero incrementa la vulnerabilidad del agente. La red protectora que supone la información de prensa desaparece si los medios policiales no dan, e incluso desmienten, el atentado. El informador en exclusiva queda entonces fuera de juego.Más allá del revuelo en tomo a Egin, estos sucesos ponen de manifiesto el incremento de la presión a que el sistema de ETA viene sometiendo a la sociedad vasca en los últimos meses, con la consiguiente exigencia de asumir mayores riesgos para quienes pertenecieran antes al círculo de colaboradores. Ensayos recurrentes de intifada (o, mejor, vandalismo políticamente orientado), ocupación de la calle, eliminación obsesiva de todo signo que corresponda al Enemigo (España), quema reiterada de vehículos franceses y de la policía vasca como colaboracionistas, presión económica a ultranza sobre los empresanos..., son formas de acción que tienden a mostrar a los ciudadanos de Euskadi que allí sólo es lícita una vida cotidiana sometida a sus consignas. Su violencia permanente y en ascenso debe ser interpretada como normalidad en tanto que sus metas políticas no sean alcanzadas.El equilibrio anterior de "fiestas, sí; borroka, también", se rompe en favor del segundo término, que desemboca en ensayos nocturnos de guerrilla urbana. Son tácticas que sin inconveniente pueden encuadrarse en el campo de la violencia fascista, por cuanto que una minoría actúa para destruir la expresión libre de las opiniones alternativas, acallar a las personas y a los grupos que simplemente defienden el pluralismo, y despliega un elenco codificado de acciones brutales para intimidar al conjunto de la población. No hay en ello nada misterioso ni abstracto: uno puede pasear con orgullo por Euskadi una camiseta con consignas de KAS mientras en muchos lugares corre el riesgo de recibir una paliza si exhibe un lazo azul. Esto seria, como dicen en su jerga, "una provocación". La conclusión resulta obvia. Hoy por hoy, las relaciones de violencia en Euskadi son asimétricas en contra de lo que opina la tercera vía: la contradicción enfrenta a ETA y a la democracia y en el espacio de ésta caben todas las opciones que actúen dentro de la legalidad.

La reacción de los habitantes de Burlada es a este respecto ejemplar y muestra que posiblemente la estrategia de la violencia intimidatoria esté provocando un efecto bumerán. Quizá estemos entonces en un momento crucial, que también requeriría una respuesta técnica más eficaz. Es la vieja lógica de los westerns: si la brutalidad impone su ley, ésa es la ley que todos reconocen. Claro que para reforzar la unidad de los democrátas falta lo de siempre en los últimos meses: resolver el caso GAL. Cuando personajes como Ciscar se refugian en la alusión a Europa para mantener los secretos, habría que decirles que allí no hubieran existido comportamientos criminales e inoperantes de las fuerzas de orden como los registrados en España. Entre nosotros no se desarrolló una película de espías, sino una versión aumentada de El crimen de Cuenca, con altos responsables que hace falta identificar y condenar por el Estado,de derecho y la paz de Euskadi. Rechazar la equidistancia no significa eludir la ponderación de los distintos factores que inciden sobre una crisis.

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