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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aspirante moderado

BOB DOLE sale de la convención republicana reforzado en su papel de aspirante a la presidencia de Estados Unidos, pero sin responder todavía a la mayor parte de las dudas que rodean su candidatura. Su designación fue prácticamente unánime, reforzada por la inclusión como candidato a la vicepresidencia de Jack Kemp, un antiguo deportista muy popular y con un perfil político de centro. El peligro de que los más extremistas rompieran la disciplina se resolvió dándoles ocasión de incluir lo más radical de su programa -sobre el aborto, la inmigración- en la plataforma del partido (que Dole confesó no haber leído y con la que dijo no sentirse comprometido). Ello permitió una eufórica elección por unanimidad. En Estados Unidos, sin embargo, la euforia de las convenciones dura hasta que se celebra la del partido rival. Ésta es la hora de los republicanos; la próxima semana será la de los demócratas.¿Ha aprovechado Dole su momento para avanzar hacia la Casa Blanca? Ligeramente. El candidato republicano ha tenido dos méritos evidentes en San Diego: unir al partido tras su candidatura ha sido el primero; el segundo, transmitir un mensaje a la nación. Pero es un mensaje contradictorio y de difícil cumplimiento. La propuesta de bajar los impuestos es casi una cláusula de estilo en cualquier convención republicana, pero acompañada de la de doblar la tasa de crecimiento se convierte en una proposición demagógica: la economía norteamericana ha creado 10 millones de empleos, más que cualquier otro país desarrollado, con un crecimiento anual en tomo al 2,5% desde 1992. Una tasa del 5% plantearía a medio plazo problemas de inflación y otros desequilibrios. En política exterior, Dole ha querido subrayar un cierto sentido nacionalista, marcando diferencias tanto con los aliados europeos -en materias como el ritmo de ampliación de la OTAN- como, sobre todo, con la ONU. Pero su trayectoria es la de un moderado que difícilmente se arriesgará a cambios drásticos si llega a la Casa Blanca.

Bob Dole se ha presentado como encarnación de una propuesta moral, de recuperación de valores perdidos en los últimos años. Y él mismo se ha considerado el hombre adecuadó para encabezar esa cruzada. Que haya presentado como un mérito su elevada edad, 73 años, -contraponiendo el valor de la experiencia a lo que considera inmadurez del equipo de Clinton es todo un síntoma de los resortes que se propone movilizar. Pero cuando habla de los valores que aprendió en sus humildes orígenes de Russell (Kansas), una parte de los norteamericanos no sabe a qué valores se refiere, y otra los conoce, pero no los comparte. Su mensaje en ese aspecto no es, como él pretende, integrador, sino atractivo sólo para los más conservadores. El mismo Ronald Reagan, que fue elegido por primera vez con menos años que Dole, consiguió transmitir una filosofía de optimismo que Dole no ha poseído nunca.

La otra gran duda sobre las promesas de Dole está relacionada con su trayectoria política. ¿Cómo un hombre que ha pasado 36 años en el Congreso -gran parte de ellos en posición dirigente- puede negar toda responsabilidad en los males que denuncia? ¿Cómo alguien que ha vivido media vida en los salones de Washington puede ahora declararse el portavoz del norteamericano común? Se comprende que evitase toda mención a su carrera política durante su discurso a la convención.

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El mejor perfil de Dole es el que menos veremos en la campaña, porque es el que no gana elecciones. Dole es un moderado por naturaleza, un hombre que siempre ha huido de los extremos, que ha buscado la conciliación y el compromiso, tanto dentro como fuera de su partido, y que casi siempre ha actuado guiado por el sentido común. Por ello, Bob Dole sería seguramente mejor presidente que candidato.

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