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Reportaje:

La cueva de las reyertas

Marroquíes y argelinos se disputan el refugio en los acantilados de Melilla

La inmigración ilegal no necesita pateras para llegar a Melilla. A magrebíes y subsaharianos les basta con atravesar a pie la línea fronteriza que separa a Marruecos de la población española del norte de África. La alambrada instalada por el Ejército en 1971 a lo largo del perímetro fronterizo ya no es un obstáculo; muchos de sus tramos no existen desde hace tiempo y su función ha sido sustituida por un sofisticado sistema electrónico que está dejando que desear.El inmigrante sólo tiene que aguardar a que una de las patrullas de la Guardia Civil que recorren la frontera no se halle cerca de él; después es fácil. Una vez en Melilla se confunde con los miles de marroquíes de la ciudad. Muchos no consiguen siquiera entrar y son rechazados de inmediato; otros son recogidos de las calles por coches policiales por carecer de documentación.

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Con los subsaharianos es más complicado, una vez en tierra española ya no vuelven para atrás. Marruecos se niega a aplicar sistemáticamente el tratado de readmisión firmado con España. Su futuro es ya conocido, deben permanecer en Melilla a la espera de ser expulsados o admitidos. Esta última semana el número de centroafricanos ha aumentado en unos 25 y ya son casi 80 los que se concentran en la ciudad.

Los más de 800 funcionarios de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional, de Policía en la ciudad se han mostrado insuficientes para aguantar esta avalancha. Melilla es para esta masa el eslabón de enlace con la Península y, más concretamente, con Europa, donde esperan encontrar una vida más digna que a la que están condenados en sus países.

Los magrebíes son los más arriesgados. No solicitan ni asilo ni refugio. Les basta colarse como polizones en algún barco de los que diariamente parten hacia Málaga o Almería. Los métodos para introducirse en las bodegas de los buques son, sobre todo, arriesgados. Algunos mueren en el intento. Durante días aguardan escondidos en las cuevas de los acantilados de Melilla la Vieja, un recinto fortificado del siglo XVI en el que habitan cerca de mil melillenses.

La vida en estas oquedades de la roca es penosa y llena de peligros. Con frecuencia la pérdida de equilibrio en el camino a "casa" a través de las estrechas cornisas de los cortados hace caer a estos desafortunados hasta lo más profundo del acantilado, donde perecen en el acto. Además, la convivencia entre marroquíes y argelinos es tensa. Malviven juntos y además se disputan los cobijos. Las reyertas entre comunidades se saldan en alguna ocasión con la muerte.

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Las redadas que policía y Guardia Civil hacen en el lugar llenan de asombro a los agentes, como cuando hallaron en un hueco de una roca, al que se acudía por un angosto agujero golpeado por el mar, a cinco argelinos habitando en él. En la cueva se localizaron varias armas blancas.

Los magrebíes se suelen refugiar en la oscuridad para intentar introducirse en los barcos. Desde la estación marítima y a través del ovalado túnel de pasajeros, los inmigrantes salvan de un salto la considerable distancia que hay hasta la borda de los buques de Trasmediterránea.

En ocasiones el error en el cálculo o lo resbaladizo del metal del costado del buque hacen que los cuerpos se estrellen contra el suelo del muelle. Los que intentan subir por las amarras corren la misma suerte. Otros quedan atrapados entre los techos de los camiones y el dintel de la puerta de carga de la bodega, donde son reventados por la presión que ejerce el camión contra el travesaño. Lo más espeluznante ocurrió hace algunos años. Un marroquí intentó su aventura europea escondiéndose en el eje de un camión. Cuando el conductor fue a arrancar, el cuerpo del inusual pasajero quedó retorcido entre la transnmisión del motor. Los bomberos necesitaron varias horas para extraer los restos del joven, que durante toda la operación permaneció con vida.

La inmigración ilegal parece no tener solución. Así lo ha llegado a reconocer públicamente el delegado del Gobierno en Melilla,

Enrique Beamud, quien ha dicho que ni muros ni alambradas podrán aguantar el empuje que aún queda por venir, y ha reconocido que la inmigración ilegal es un problema que tiene Melilla "como lo tienen Cádiz o París". Beamud opina que los muros o los fosos, no resolverán el problema; lo único que se puede hacer es controlar con más efectivos el perímetro fronterizo.

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