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FERIA DE BILBAO

La ignominia

Un rejoneador inepto, una presidencia incompetente, un mozo de servicio armado de puntilla, un reglamento taurino vitando perpetraron la ignominia, de la que fue víctima propiciatoria el toro.La vileza llevada a sus últimas consecuencias: eso fue lo que sucedió en el coso bilbaíno de Vista Alegre con ocasión de celebrarse un espectáculo de rejoneo, también llamado el arte de Marialva. El rejoneador inepto era Juan José Rodríguez, que sustituía al anunciado Pablo Hermoso de Mendoza. Y quizá fuera el menos culpable de todos cuantos participaron en el sórdido suceso. Al hombre le contrataron e intentó resolver la papeleta como pudo: galopadas ruedo a través, topetazos del toro, pasadas en falso, clavazones al alanzar -podría decirse al aliguí-, quitó el cabezal al caballo para banderillear a dos manos y hubo de intentarlo su buena docena de veces, no acertaba a matar.

Barrera / Cuatro rejoneadores

Toros para rejoneo de Félix Hernández Barrera, exageradamente despuntados, con cuajo, dieron juego.Javier Buendía: dos rejones traseros, ruedas insistentes de peones y rejón (aplausos y saludos). Luis Domecq: pinchazo, rejón bajo y, pie a tierra, descabello (palmas y saluda). Juan José Rodríguez: pinchazo, rejón bajísimo, metisaca trasero, tres pinchazos entre pasadas sin clavar -primer aviso-, pie a tierra 20 descabellos -segundo aviso-, cuatro descabellos más y el toro es devuelto al corral (bronca). Antonio Domecq: rejón perpendicular trasero, pinchazo y rejón trasero (petición y vuelta). Por colleras: Buendía-Rodríguez: pinchazo a la media vuelta y rejón (vuelta). Hermanos Domecq: rejón caído (vuelta). Plaza de Bilbao, 17 de agosto. 1ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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Un puro por batuta

Durante la que llaman suerte suprema sobrevino el desastre. Incapaz de acertar con el rejón letal, echó pie a tierra y pudo apreciarse que manejando el verduguillo no tenía ni idea. Débiles golpecitos no podía abatir al toro, que se amorcilló pegado a tablas y aguantó sin pegar ni un derrote y ni un mugido el cruel sacrificio. Llega a ser humano y lo elevan a los altares. Con el nombre de San Toro, virgen y mártir, figuraría en el santoral.

El tiempo transcurría sin que la presidencia enviara el aviso, el público se impacientaba y aquella ignominia había de abochornar, por fuerza, al ciudadano más insensible. Vergüenza daba presenciar semejante carnicería.

Llegó el segundo aviso cuando el rejoneador llevaba 20 intentos de descabello, aún tiró cuatro más, el delegado de la autoridad le ordenó retirarse al callejón y entonces se produjo algo inaudito: uno de los mozos de la plaza, guarecido tras la barrera, la emprendió a puntillazos con el toro para rematarlo. Al ver la incalificable agresión, se armó en el tendido gran revuelo, algunos espectadores tiraron botes de bebidas, otros almohadillas, mientras el incivil verdugo no cejaba en su empeño y el presidente contemplaba impertérrito el atropello.

La protesta alcanzaba proporciones de escándalo y no pasó a mayores pues alguien debió tener un arranque de sentido común y dispuso que abrieran el portón de chiqueros. No bien lo hicieron, el torturado toro volvió grupas y escapó por allí raudo. El rejoneador se ganó una bronca, el presidente otra, mas el público olvidó pronto lo sucedido y en cuanto sonó el clarín ya estaba aplaudiendo los caballazos y aclamando los rejonazos, no importaba dónde cayeran.

Entró en turno Antonio Domecq, cuya actuación transcurrió pausada y medida, y si acabó matando de mala manera nada importó al público bilbaíno, que pidió la oreja con auténtica pasión. Las colleras intolerables -caballistas volviendo loco al indefenso toro- también gustaron horrores y concluyó la indocorosa función, dos horas y media después, sumida en un desaforado triunfalismo.

Los principios ya habían traído malos augurios: el primer toro derribó a Javier Buendía y su caballo, afortunadamente sin consecuencias, y el jinete tuvo el 'buen gesto de continuar el rejoneo como si nada hubiera pasado. Luis Domecq clavó dos rejones en la paletilla del segundo y después mejoró su toreo ecuestre. A la tercera llegó el desastre...

El rejoneo: ese arte llamado de Marialva, a un paso de convertirse en la vergüenza nacional.

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