Problema no resuelto
CON LA devolución a Nigeria de los 15 inmigrantes ilegales retenidos en Barajas se ha resuelto un problema -el de qué hacer con ellos-, pero ayer mismo otros 103 eran detenidos en las playas de Tarifa. El problema de la inmigración clandestina de los países del Tercer Mundo a los desarrollados no se resuelve con energía policial. Ni en Francia ni en España. La ley debe aplicarse, pero ésta no puede ignorar la realidad.Cualquier política de cuotas que hoy se establezca en la Unión Europea o en América del Norte será apenas una solución transitoria ante un problema cuya magnitud decidirá el destino del siglo XXI. La miseria que afecta a dos terceras partes del planeta no ha dejado de crecer en las últimas décadas y sus aumentos de población fuerzan a movimientos poblacionales que, aun a riesgo de perecer en los viajes, saltan fuera de sus fronteras. En el área deprimida que forma el norte de África, desde Marruecos a Libia, la población, actualmente de unos 60 millones, se doblará en 20 años y su salida natural será Europa. Algo semejante ocurrirá con los actuales 60 millones de turcos y con muchos habitantes de Europa del Este.
La forma en que se está produciendo el crecimiento económico mundial agrava las carencias de los más necesitados. Durante los últimos 30 años, el PIB del mundo ha pasado de los 512 billones de pesetas en 1963 a 3.000 billones en 1993. La renta media por habitante en todo el planeta se ha multiplicado por tres en este periodo, pero- la repartición de esa nueva riqueza ha incrementado espectacularmente las desigualdades. Entre 1965 y 1980, según un reciente informe de Naciones Unidas, se contabilizaban 200 millones de personas cuyas rentas habían retrocedido. Pero entre 1980 y 1993 se han empobrecido más de 1.000 millones de personas. La ONU subraya, además, que este fenómeno se ha agravado en los últimos tiempos por el recorte de ayudas que los países desarrollados prestan a los menos favorecidos y por el sucesivo recorte de prestaciones sociales en todas partes. De no cambiar la tendencia, a los conflictos internos dentro de cada país se sumarán los resultantes de la avalancha de habitantes que no encuentran los más simples modos de vida en sus patrias. En 70 países de África, Asia, Latinoamérica o el este de Europa, los ingresos medios de su población son hoy inferiores a los de 1980. Sólo entre 1990 y 1993 las rentas medias han caído hasta una quinta parte, especialmente en la Europa del Este y en la antigua Unión Soviética. ¿Cómo no esperar que estas masas de gentes traten de desplazarse hacia otras áreas más prósperas? La mayoría de estas personas esperan más de mendigar en alguna ciudad europea que de una ocupación inexistente en sus lugares de origen: actualmente hay casi 800 millones de personas sin trabajo en el mundo.
Incluso entre países en vías de desarrollo las diferencias de renta se han acentuado. El problema es más agudo en América Latina y menor en Asia, pero aun así, los llamados dragones del Pacífico, Singapur, Taiwan, Corea, Hong Kong, padecen el mismo fenómeno. En el mismo Estados Unidos, el 1% de los más ricos ha pasa do de disponer del 20% de la riqueza en 1975 al 36% en 1990. La desigualdad interior e internacional crea ten siones, provoca delincuencia y una exasperación migra toria que no detendrán ni mayores medidas policiales ni una política de cierre de fronteras. La globalización de la economía debe significar algo más que la explotación global de los mercados. La clave para que crecimiento y desarrollo humano se refuercen mutuamente se encuentra en la calidad -y no sólo en la cantidad- del crecimiento y en políticas que favorezcan una mayor equidad de ingresos, de inversiones en educación y salud, y en creación de empleos. La fortuna de los 358 mayores multimillonarios del planeta es hoy superior, según la ONU, a los ingresos acumulados de unos 2.300 millones de personas. ¿Quién podrá seguir deteniendo, mediante sedantes y cintas adhesivas, el embate de esa muchedumbre que reclama el derecho a vivir?
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