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El inquietante aleteo del crepúsculo

Decenas de vecinos de Alcalá de Henares viven atemorizados por una insólita invasión de murciélagos

Sucede todos los días, a la anochecida, en una tranquila urbanización de Alcalá de Henares (166.925 habitantes), desde hace casi un mes. Enrojecerse el cielo a la caída de la tarde y poblarse de una tupida maraña de murciélagos revolotean do en legión es todo la misma cosa. Los vecinos de la calle de Bolarque, 5, un bloque de 12 alturas, aún se andan reponiendo del susto ante tan insólito espectáculo. Nadie sabe con certeza cuántos son: 200, como poco. Pero sólo cabe re signarse. Por repelentes que se antojen, estos mamíferos de membranosas alas son una especie protegida y valiosísima, eficaz como pocas -cuentan- a la hora de eliminar centenares de mosquitos de la circulación. No es que ocurra con frecuencia, pero una invasión de murciélagos entra dentro de lo posible en cualquier ciudad. "Estos animales frecuentan las casas en verano porque ahí encuentran humedad por las noches", explica el responsable de fauna de la Consejería de Medio Ambiente, Luis Prada. "Por eso mismo pueden buscar un hueco para anidar". En este edificio del barrio de Nueva Alcalá dieron con uno, junto a la terraza del noveno piso. Y, a lo que se ve, les gustó.

Sus vecinos son Luis Arias, Isabel Friaza, ambos de 44 años, y sus dos hijos, de 18 y 11 años, una familia que vive en perpetuo sobresalto. "Es una pesadilla", murmuran. Los cónyuges han terminado habituándose a las expediciones nocturnas de los negros bicliejos; lo que llevan bastante peor es eso de que se les cuelen por el salón y los tambores de las persianas. Acaban cerrando las ventanas a cal y canto y andan, claro, achicharraditos con la canícula estival.

Pero su caso tiene mala solución. "Las competencias no son nuestras, sino de la Comunidad", se apresuran a aclarar en el Ayuntamiento complutense. Y en Medio Ambiente rebaten: "La Administración no tiene obligación ni presupuesto para abordar este tipo de problemas". ¿Qué hacer, pues? "Lo mejor, tener paciencia", sentencia Luis Prada. "Cuando haga más frío, en septiembre u octubre, se marcharán a las cuevas. Entonces será el momento de tapar bien todos los huecos para que esto no vuelva a suceder".

Mientras tanto, a Isabel y Luis les aconsejan que siembren de naftalina la terraza para ahuyentar a tan desagradables quirópteros. "No sirve. Ya lo probamos, y a los cuatro días vuelven", rebate el matrimonio. La vecina- del piso de arriba, Josefa Lázaro, tampoco disimula su repelús. "Todos nos sentimos perjudicados".

Prada no se cansa de pedir tranquilidad. "Todas las especies de la península Ibérica son insectívoras. Aunque resulten, digamos, poco vistosas", admite, "en el fondo no hacen ningún daño". Pero los vecinos de Bolarque, 5, no pueden evitar estremecerse cada vez que, inexorable, llega el crepúsculo y escuchan ese inquietante y característico aleteo.

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