Triunfo de la compositora Kaija Saariaho
Los conciertos de un nivel correcto y hasta notable se dan por descontado en un festival como el de Salzburgo. Aquéllos en los que salta la magia son más escasos. Si en 48 horas se tienen un par de ellos es para darse por satisfecho. Es lo que ha ocurrido en los últimos días.Intervenciones correctas y hasta notables han sido las de Andras Schiff, inaugurando un ciclo de cuatro conciertos dedicado a Bach en el Mozarteum, especialmente el Capriccio sopra la lontananza del frato dilettissimo. También en el Mozarteum ha sido reseñable la versión de P. L. Aimard en los Estudios de Debussy, dentro de una serie alrededor del joven compositor italiano Marco Stroppa. E interesante ha sido, asimismo, en las actividades paralelas al festival, la interpretación de una sonata para violín y piano de Antheil, a cargo del Ensemble Modern de Francfort; el mismo grupo que en septiembre y octubre visitará Alicante y Madrid con un monográfico Ligeti.
Lo extraordinario, lo mágico, es en cualquier caso otra cosa. Es algo que se instala en la memoria por mucho tiempo. Lo sorprendente es que uno de esos momentos (viernes 9) haya surgido con un estreno mundial. Kaija Saariaho (1952) es una compositora finlandesa, cuyo Cháteau de l'áme, titulo inspirado en Teresa de Ávila, ha propiciado un encuentro sereno e íntimo con la música imperecedera. Los casi 30 minutos que duran las cinco canciones para soprano (imponente Dawn Upshaw), ocho voces femeninas (de afinación impecable las del coro Arnold Schoenberg) y orquesta, han transcurrido como un suspiro ante la evidencia de una comunicación profunda apoyada en una melodía de nuestro tiempo y en una orquestación ajustada, sensible y sabia: Saariaho reconoce estar influida por creadores como Tarkovski o Canetti. No es mala compañía. Su maravillosa pieza salzburguesa fue recibida con asombro y gratitud por un público entregado.
Bien es verdad que contó en la realización con uno de los directores más brillantes y precisos del momento, el también finlandés Esa-Pekka Salonen (1958).
Salonen supo además recuperar el sonido aristocrático de la vieja plata inglesa de la orquesta Philharmonia en el concierto para instrumentos de viento de Stravinski, creó un clima de transparencia y luminosidad inusual para los Nocturnos compuestos por Claude Debussy, y ofreció una lección de construcción y equilibrio orquestal en el Poema del éxtasis de Scriabin. La Philharmonia londinense sonó como hace tiempo no se había escuchado a esta agrupación.
El otro momento mágico ha venido de Schubert (miércoles 7), y ha tenido como protagonista al gran pianista rumano Radu Lupu. La sonata D 845 alcanzó en sus manos una enorme fuerza interior, y una intensa tensión emotiva. Irrepetible. El propio Lupu no consiguió mantener en la segunda parte del concierto con la D 960 un nivel semejante de encantamiento.
Diálogo con Picasso
Además de óperas y conciertos, Salzburgo goza durante estos días de varias exposiciones plásticas de interés. Entre las organizadas por el propio festival destacan la dedicada al escritor Thomas Bernhard, con magníficas fotografías de Erika Schmied y con los bocetos de las cinco obras que se representaron aquí del gran autor austriaco entre 1972 y 1986; la de Schönberg, con vídeos multimedia incluidos; la del pintor Inmerdorff alrededor de La carrera del libertino, y, por supuesto, los trabajos de jóvenes sobre Elektra, Fidelio, La carrera del libertino y El jardin de los cerezos.La exposición estrella de la ciudad es, no obstante, una dedicada a Picasso y el diálogo contemporáneo. Ocupa tres espacios diferentes, y además del pintor malagueño figuran cuadros destacados de varios de sus contemporáneos. De primera línea son también las exposiciones dedicadas a Kokoschka, Kirchner y Jacobo Borges.
El teatro de prosa abraza también un abanico amplio de posibilidades, con montajes de media docena de títulos de Shakespeare, Chejov, Koltes y Hofmannsthal, a cargo de directores como Haussmann, Stéin y Chéreau, entre otros.
Babelia
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