Ni alguaciles, ni pañuelo
Debe suponerse que a nadie le gusta que las cosas salgan mal. Ni a ganaderos, ni a empresarios, ni a toreros. Pero la corrida de ayer en la Monumental fue un auténtico desastre. Comenzó con el insólito despropósito de que el paseíllo tuvo que hacerse sin los alguaciles al frente, porque parece que éstos no habían llegado a tiempo. No debieron enterarse de que la corrida comenzaba media hora antes que el día anterior. De pena. Pero si sólo hubiese sido eso. De la anécdota se pasó a otra vergüenza peor. La corrida de El Sierro, ganadería tradicionalmente dura y que ha cosechado algunos éxitos notables en el mismo ruedo, aparte de estar muy desigualmente presentada, estuvo integrada por seis, o cinco para ser más exactos, auténticos inválidos, que truncaron las ilusiones del público y los afanes de los diestros.Ante el desastroso panorama ganadero, la presidencia pareció haberse dejado el pañuelo verde en casa. No lo sacó ni una sola vez. Ya se sabe que, reglamentariamente, el que un toro doble las manos una vez no es causa de devolución. Pero si esa claudicación es una muestra palpable, continuada y no fortuita de su inaptitud para la lidia, sí que procede el que el animal vuelva a los corrales. Total, que hubo bastante indignación por parte del buen y sufrido público barcelonés e incluso hubo quien se metió directamente con el empresario, aunque mejor hubiese sido hacerlo con el ganadero.
Sierro / Chamaco / Liria / Tomás
Seis toros de El Sierro, vergonzosamente inválidos, todos pintados en el arrastre. Chamaco, silencio y silencio, Pepín Liria, ovación y silencio, José Tomás, ovación y aplausos. Menos de media entrada. Plaza Monumental. Barcelona, 4 de agosto.
A Chamaco, que este año torea menos que en anteriores temporadas, esta corrida le interesaba. Pues su gozo en un pozo. Al primer inválido, le hizo una faena de las llamadas de enfermero, que incluso fue acompañada de la rechifla de algunos espectadores, porque allí no había toro. En el cuarto estuvo voluntarioso, desahogado y con oficio, pero pretender el lucimiento era imposible.
Cuando el segundo inválido se mantuvo en pie, Pepín Liria lo toreó con lentitud y temple magníficos, pero la ilusión duró poco, porque la res se acostó antes de que Liria entrara a matar y tuvo que ser apuntillada. En el quinto, nada de nada. Otro inválido para que se estrellasen los deseos de un diestro en un momento espléndido.
José Tomás estuvo torero, sereno y valiente con el tercero, aunque con poco enemigo delante. En el sexto, que no se cayó, pero que tenía mucho peligro, volvió a estar muy valiente, sin cansarse de estar en la cara del toro.
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