Quién fuera fina
Solidaridad en Marivent: el 'Fortuna' y Asunción Valdés se averían al mismo tiempo
Venir a cotillear a Mallorca desupés de haber quemado hogueas en Marbella es como que la saquen a una de hacer la esquina en la calle de la Ballesta y la instalen en el bar del Meliá. Un alivio. Mallorca -como el resto de las Baleares- posee la sensatez que da la solera y una suerte de irónica indiferencia isleña que le permite superar todos los horrores, incluidos el de la arraigada corrupción de sus sectores políticos y ese frenesí resultante de tener que cambiar de presidente autonómico cada tres por dos. Mallorca ha resistido los estragos de la especulación, el castigo de las mafias y ha sido, es y será impermeable al horterismo. Lo que supone que el paisanaje local sale gloriosamente indemne hasta de las visitas de Jesulín de Ubrique -que un día de estos debería ponerse sincrético y comprender que los toros se le morirían antes si les cantara-, de Marta Chávarri -cuyo supuesto idilio con Philippe Junot parece intragable, pues él no es rico y ella es de las que no sueltan un duro de la cortinesca pensión- y del cuarteto de Alejandría formado por Ana García Obregón, sus dos Dados -Dado, padre, y Dadín, el hijo- y la niñera del último. Ni siquiera la presencia del cuñadísimo, don Alvaro de Marichalar, que se está dando el verano padre y hace ver que tiene un idilio con Elle Mac Pherson -con el carácter que tiene, es una suerte que esta chica se haya dedicado a desfilar como modelo y no a las artes marciales-, turba la socarrona modorra de la isla.Con Dadín y Ana viajé hasta aquí, precisamente, el último sábado. Iba yo muy quemada por mi natural fobia a volar, más el escame por la bomba de la TWA, el secuestro del avión de Iberia a Cuba y el peligro intrínseco de que te toque cerca un ejecutivo de Argentaria; todo ello intensificado por la sospecha de que alguien sacara del bolsillo un rollo de esparadrapo y me clausurara los desagües -con los africanos, los de Interior sólo están entrenando: no se me relajen, compañeros, verán qué poco tardamos en tener que salir a la calle con un ejemplar de la Constitución en el bolso y una capucha antivideocámaras a juego- en cuanto empezara a boquear. Decía, pues, que iba yo rígida, camino del embarque, cuando en lontananza aparecieron dos fémures bamboleantes sobre doce centímetros de tacón, seguidos por los rizos rubios de Dadín Pequeño Lord y la niñera, una santa. Menos mal que el transmisor de genes por vía paterna tomó un avión posterior y nos evitamos sufrir una sesión de golf en el pasillo, pero como que me inquieté, añadiendo un nuevo riesgo a los muchos que nos acechaban: el estallido de silicona que podía desestabilizar la cabina y dejamos a todos perdidos de maternidad triunfante.
Nos salvamos por los pelos, y aquí estoy, tratando de olvidar. En Mallorca, lo que te entran son unas enormes ganas de refinarte, y pienso que seguramente lo lograré, pues no paro de ir y venir al palacio de Marivent. Ayer, el Rey, -menos bronceado que otros años, según los entendidos, tal vez, porque al Fortuna, que ya tiene 18 años, se le ha estropiciado una pieza y en varios días no puede hacerse a la mar, a la mar, a la mar- concedió la primera audiencia de verano, al líder de la oposición, Felipe González. Invitado y anfitrión lucían conjuntados, con chaquetas príncipe de Gales de tonos verdosos, camisas azulonas, pantalones marino y mocasines ídem, aunque el Monarca llevaba calcetines. Entre que el ex presindente entró en la residencia real y salió, lo y dispuesto a mantener con nosotros una charleta informal, transcurrieron dos instructivas oras, en cuyo transcurso los periodistas intercambiamos informaciones acerca e quiénes han dejado de fumar y quiénes han decidido tragarse el humo, a la vista de los precios. Muchos hablaron por el móvil mientras yo me maldecía por no haberme estudiado aún el libro e instrucciones que acompaña al mío.
Aparte del Fortuna, a la familia real se le ha roto también Asunción Valdés, la jefa de relaciones con los medios de comunicación, que se ha fracturado un dedo del pie, aunque no fue en medio de una reverencia -como me pasé a mí una vez que tuve que salir de espaldas de la tienda de un jeque árabe y topé con el hornillo de butano-, sino en casa, por un tropezón.
O sea, que esto es vida. Mientras ustedes me leen, me hallaré de nuevo ante el real umbral, comparando bronceados: hoy toca recibir a Adolfo Suárez, por cuyos secretos de eterna juventud me jugaría... los senos. No es coña: me refiné.
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