El cochecito
Entonces sentaban una chica sobre el coche bien bruñido, relampagueante. Así lo vendían. La estrategia acabó cuando los colectivos de chicas empezaron a divulgar que ese tratamiento publicitario era ofensivo y degradante, y las reducía a un simple objeto mercantil. Con independencia de la veracidad del razonamiento, la protesta sirvió para embridar el gusto de muchos publicitarios, acción siempre conveniente. Pero, a pesar de todo, la convivencia entre el coche y la chica no dejaba de aproximarse a una verdad objetiva. El mensaje trasero del anuncio era nítido: "Si compras un coche como éste, tendrás una chica como ésta". Y bastantes veces eso era cierto: con un Ferrari Testa Rossa o un Saab descapotable -siempre de color amarillo- las posibilidades del lugareño aumentaban de manera vertiginosa. Sólo hay que abrir los ojos para ver la vida.Ha pasado el tiempo, las chicas forman un lobby muy poderoso, la publicidad se ha vuelto cada vez más lúgubre y amenazante y los coches ya no son aquella casa de ventanas abiertas donde se practicaban todos los placeres del hombre: los coches son hoy una unidad de vigilancia intensiva. Y, en consecuencia, su publicidad y la de los elementos que forman parte del cacharro responde, intensísimamente, a esa lógica. En las calles hoy aparece -mero ejemplo entre tantos- un niño sentado en su sillita viajera, un niño de mirada congelada, apacible, con esa apacibilidad previa de los que van a morir y no lo saben, y a su lado grandes letras recomiendan el uso de unos neumáticos formando esta leyenda: Elija seguridad / Por lo que más quiera. El tras del mensaje es nítido: "Si compras estos neumáticos, tu hijo no morirá". Ya no hay chicas. La verdad objetiva del anuncio es remotísima. Ni los niños ni sus padres protestan. Los buenos sentimientos entonan su canto regocijante. El espíritu del tiempo se encarna.
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