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Interior

Rosa Montero

Hay que ver qué lugar tan espeso debe de ser el Ministerio del Interior. Ya me imagino que un organismo público que se dedica a lidiar con los despojos del cuerpo social no puede ser como el Patronato de los Juegos Florales. Pero de ahí a convertir ese ministerio en un infierno media un abismo. Y que no me vengan con los viejos cuentos de que en todos los países es igual. No, señor, ni hablar. En las demás naciones democráticas no se acumulan en un solo departamento tantas tropelías. Miremos lo que dicen los procesos abiertos: hay Roldanes, cuentas millonarias en Suiza, torturados en dependencias públicas, sobresueldos por el morro, múltiples engaños, asesinatos. A ver quién da más, a ver si este historial de oprobios tiene parangón en otra parte. Ahí sí que nos llevamos la medalla de oro.De hecho, este ministerio parece haberse convertido en un agujero negro tan tiznado que todo aquel que se acerca se pervierte. O eso se diría viendo el último escándalo de Interior, ese confuso asunto de los emigrantes africanos. Los hechos resultan inadmisibles, bárbaros: se les deporta ilegalmente, se les droga, se les empaqueta con cinta adhesiva. No han alcanzado todavía el primor en la materia de sus antecesores, pero para haber pasado tan poco tiempo en el poder, el nuevo equipo de Interior del PP ha mostrado una eficiencia en el encanallamiento harto notable. Ahí está el ministro, ese Mayor de tan buena pinta, que era una especie de buque insignia de los peperos porque parecía moderno y no metía la pata. Pues bien, ahora ha metido la zarpa: debe de ser el contagio de Interior. Algo habrá que hacer con esa casa: fumigarla, desinfectarla. Hasta que no se democratice de verdad, seguirá siendo un lugar sospechoso. No le digáis a mi madre que soy ministro del Interior: ella cree que trabajo de pianista en un prostíbulo.

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