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Inflación de Ejecutivo

Con la típica brutalidad que el poderoso gusta de emplear cuando se ha sacudido al débil de encima, José María Aznar ha dicho: "Había un problema y se ha solucionado". El problema eran 103 inmigrantes ilegales; la solución, sedarlos para devolverlos a sus países de origen. El mensajero, Miguel Ángel Rodríguez, ha sido igualmente explícito: "No hemos hecho nada que no se viniera haciendo antes". Con sus palabras, presidente y portavoz han proyectado una deslumbrante claridad sobre la naturaleza del cambio que presenciamos desde que el PP ocupa el Gobierno: el cambio es que todo siga igual, aunque sean ahora otros los iguales.Rodríguez nos invita a volver la mirada hacia el pasado y, en efecto, no será posible encontrar en lo que estos señores hacen más que un calco de lo que otros hicieron cuando llegaron al Gobierno. ¿Decretos-ley? los socialistas se hartaron de ellos; ¿presidentes de entidades públicas o semipúblicas? buena prisa que se dio el PSOE para cambiar a todos; ¿ceses de altos funcionarios? el despido les hubieran dado si, hubiera sido posible; ¿poder judicial? estupendos acuerdos alcanzaron los portavoces parlamentarios para llenar de jueces independientes, a lo Sala, Manzanares o Estevill, el Consejo General; ¿impuestos? ahí está siempre la gasolina, el tabaco o el alcohol.

¿Qué pasa entonces? Pues que bajo una ideología sedicentemente liberal, permanece la inflación de Gobierno. Vivimos en plena moda de elogio de mercado y desprecio de Estado, olvidando que no, hay mercado sin Estado y que la robustez del primero siempre se acompaña de la fortaleza del segundo: Gran Bretaña en el siglo XIX y Estados Unidos en el XX constituyen los paradigmas de Estado fuerte y mercado próspero. Al insistir en el "adelgazamiento" del Estado, los ideólogos pseudoliberales ocultan que el liberalismo no es una cuestión de tamaño del Estado sino de control del Gobierno, de límites impuestos por la ley y por el resto de los poderes del Estado.

Pero en España, como ha visto con agudeza José Varela Ortega, existe de antiguo un prejuicio antiparlamentario y una querencia por lo que se llama gobierno fuerte. Como escribía hace un siglo un diplomático inglés a lord Salisbury: "En España no hay propiamente hablando, poder legislativo". Luego, con el desastre del 98, las ansias de ejecutivo fuerte llegaron a ser patológicas y Primo de Rivera, primero, y Franco, después, se aplicarían a administrar sin tasa la medicina: con ellos no quedó rastro del legislativo y los jueces no pasaron de ser una dependencia del Gobierno.Los reformadores, de la transición traían la lección aprendida: frente al,caos parlaméntario, gobiernos fuerte Ejecutivitis, llama José: Várela a este síndrome. Y en el tratamiento de tal patología y no en la dimensión del Estado, es donde hay que demostrar si se es o no libeiraI. Si el Parlamentario, no dice ni pio en la elección del Consejo entonces, a pesar de las vanas protestas de su presidente, el poder judicial es una éxtensión''del poder ejecutivo; sise gobierna por decreto y se expulsa a inmigrantes con desprecio de la ley, hay que decir que retornamos a la peor ejecutivitis: la que quiere mostrar a todas horas que éste es, como decía González del suyo, un Gobierno que gobierna.

La calma chicha que ha seguido al cambio de Gobierno, la alternancia en el. poder con su secuela de cese de eficientes funcionarios y despido de presidentes de entidades públicas para dejar sitio a las clientelas de los partidos trae recuerdos del pasado; del pasado reciente, desde luego, pero también de otro más remoto en que los turnos de gobierno, pacíficamente acordados,- arrastran el relevo de clientes y amigos. Tiene razón Rodríguez: ni en la elección de jueces, ni en el Cese de funcionarios ni en la expulsión de inmigrantes se ha hecho nada que no se viniera haciendo antes; sólo que ese "antes" nos recuerda páginas que habíamos creído pasadas de nuestra -historia.

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