_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"Doppelgänger"

A menudo, cuando nos asalta una duda o una contradicción, muchos de nosotros lloramos la ausencia de ese otro yo al que los alemanes llaman doppelgänger. Querríamos mirarle de frente, abandonarnos en sus brazos y sugerirle un pacto que nos permitiera a todos compensar algunas deficiencias de fondo. De este modo, con un poco de suerte, podríamos incluso permutar segmentos de nuestra personalidad y afrontar con mayores garantías los reveses del mercado. Simbiosis se le llama a eso: una prioridad utilísima, soberbia en su sencillez, aunque bastante atrofiada entre los humanos por la falta de uso.Sin embargo, como ocurre con las hadas y con otros destellos celestes, nuestro amigo doppelgänger nunca responde a las llamadas. Tres pueden ser las razones de su desaire: que no existe, que no le interesamos o que carece de medios para ponerse en contacto con nosotros. Y por desgracia, cada posibilidad conduce al fracaso. Si no existe, estamos arañando el aire. Si no le interesamos, se acabó el negocio. Y si le interesamos y existe, pero no sabe acercarse a nosotros (cosa que también se da a la inversa), más valdría decirle adiós antes de terminar con él a escupitajos. Y por mi parte que no quede: un saludo, pues, al fantasma y que cada cual apechugue con su propia penuria. (Nota: tal vez el lector más sagaz haya vislumbrado otra salida: Isabel Gemio y su espectáculo televisivo Sorpresa, sorpresa. Entiendo perfectamente la idea, imaginativa por demás, pero sucede que la Redacción de ese programa ha rechazado de plano el caso alegando saturación de pedidos).

Por otra parte, y aclarado este punto, considero necesario centrarme en el asunto primitivo: las contradicciones. En mi caso, una de las más notables gira alrededor de las normas, de su necesidad y cumplimiento. Y como ilustración sirva una noticia aparecida en los últimos días referente al número de personas que se cuelan en el metro aprovechando la ausencia de humanos en las taquillas. Una parte de mí se rebela y reniega de estos tramposos (así me lo enseñó el padre Ezequiel en el colegio), pero con igual o mayor fuerza la otra mitad pega un salto de alegría cada vez que constata una infracción contra el Ayuntamiento o empresas aledañas. Puro infantilismo, ya se sabe, y ganas de llamar la atención, pero lo cierto es que por más que me regañe a mí mismo no escarmiento: siempre ganan los malos. Además, digo yo que timarle viajes al metro, aun reconociendo que está feo colarse, no puede ser tan grave. Y en cambio sí es divertido (confío en que la otra parte, con gallardía, también sepa reconocerlo), lo que nos conduce a elegir entre ambas alternativas. Y yo, entre lo feo y lo saludable, me quedo con la salud.

Y hasta aquí mis opiniones, porque dicen mis abogados que me estoy jugando una querella del 15. Emplearé, pues, las líneas que me quedan para proponer cierto experimento encaminado a un mejor conocimiento del género humano en su apartado urbanita de subsuelo. La idea consiste en deshacerse de esas horribles palancas que suenan a crujido de omóplato y en su lugar instalar unas discretas huchas metálicas, blindadas y con ranura, donde los usuarios pudieran aplicarse su propia tarifa, libre y espontáneamente, de acuerdo a su humor y posición económica. Se admitirían también sugerencias, pensamientos y cheques bancarios, y se fijaría asimismo un plazo de estudio, por ejemplo, la segunda semana de agosto. Durante este tiempo, una brigada de voluntarios contaría el número de viajeros y tomaría nota de sus actitudes y gestos. Pasada la semana, se abrirían las huchas y se haría un recuento ante notario e interventor. Y ya está: una vez hecha la división entre la cantidad recaudada y el número de viajeros, la cifra final aportaría un dato de inestimable valor para la noble ciencia de la sociología; sin considerar que el metro, para quedar bien, se vería probablemente obligado a donar el dinero a dicha facultad.

Y como impulsor del proyecto me permito recordar a los investigadores que antes de publicar, sus conclusiones tomen en consideración un dato vital: que el mundo está lleno de gamberretes y que mucha gente no se cuela para ahorrarse dinero, sino más bien por vocación. Un sanísimo impulso a mi entender, aunque nos haga polvo la estadística, y también un signo evidente de que todavía hay esperanza para nuestra raza.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_