Un desastre de 'miuras'
, Reaparecieron los miuras en Valencia tras 13 años de ausencia y fue un desastre. Cinco miuras soltaron sin edad aparente, sin trapío, sin cara, sin fuerza, sin casta. Uno de ellos lo devolvieron al corral por su invalidez manifiesta, aunque también lo pudieron haber devuelto por su manifiesta mutilación de pitones. Los sobreros de José Ortega, por el contrario, tenían trapío y lo que hay que tener, y por estos motivos el público los recibió jubiloso.El colmo de la paradoja es que en una corrida de la legendaria divisa Miura los toros verdaderos no sean miuras. Saltaban a la arena los miuras y la afición no sabía si reír o llorar. Saltó a la arena el segundo, que tenía unas astas escandalosamente mochas, y daban ganas de ir al juzgado de guardia. En cambio saltaron a la arena los sustitutos y al verlos tan hermosos, luciendo cornamentas de impresionante arboladura, el público rompió a aplaudir.
Miura / Viña, Fundi, Rodríguez
Toros de Eduardo Miura (uno rechazado en el reconocimiento, 1º devuelto por inválido), anovillados, inválidos, mochos y descastados. Sobrero y 6º de José Ortega, con trapío, aplomados.Rafael de la Viña: pinchazo y bajonazo (ovación y salida al tercio); bajonazo (aplausos). Fundi: estocada caída -aviso- y seis descabellos; se le perdonaron dos avisos (ovación y saludos); estocada tendida trasera y dos descabellos; se le perdonó un aviso. Miguel Rodríguez: espadazo al aire, pinchazo bajo, otro hondo -aviso- y tres descabellos (silencio); bajonazo escandaloso (silencio). Plaza de Valencia, 21 de julio. 2 a corrida de feria. Dos tercios de entrada.
El público, en realidad, estaba harto de miuras. El público se temía la tostada y en cuanto comprobó la ruinosa sustancialidad del primero ya se estaba arrepintiendo de haber acudido a la plaza. La playa ofrecía mejores alicientes. El hogar acogedor gozando la fresca de la atardecida en samarreta imperial, también. Cualquier cosa antes que soportar miuras.
Los antecedentes no hacían concebir demasiadas esperanzas. La última vez que hubo miuras en Valencia la autoridad multó el afeitado de uno de lostoros. Y el ganadero cogió, un globo.
La multa a Miura causó un escándalo que desembocó en desmadre. Los taurinos aprovecharon para sostener que los instrumentos de detección del fraude no eran fiables. La Junta de Andalucía divulgó un comunicado oficial defendiendo la honorabilidad del señor Miura y argumentando que no se le podía imputar afeitado alguno porque es un caballero. Un notario dio, fe de que en la finca Zahariche, donde pastan los miuras, se había encontrado el pitón que perdió en un derrote el toro supuestamente afeitado. Jamás la España de pandereta había engendrado tantas tonterías juntas.
Trece años después los toros legendarios han vuelto a Valencia, que es plaza de primera y vive su feria tradicional. Y para lavar el honor mancillado de la histórica divisa va el ganadero y suelta unos ejemplares chicos, mochos, tullidos y descastados. Al parecer el honor y gloria de la divisa legendaria corresponde defenderlo a la Administración, al Notariado, a todo el mundo menos al propio dueño de la legendaria divisa.
Los toreros hicieron cuanto pudieron para sacar el remoto partido que pudiera tener semejante saldo, junto a lo de José Ortega, que no mejoró la situación pues acabó agotado y plúmbeo. Fundi y Miguel Rodríguez banderillearon con eficacia. A Fundi le correspondió el escandaloso desmochado, que huía de su sombra y, moribundo -llevaba un bajonazo en las entrañas-, dio hasta tres vueltas y media al redondel siguiendo trotón el hilo de las tablas. Se desquitó Fundi en el quinto mediante una faena ardorosa, progresivamente alborotada que, según solían describir los viejos revisteros, musicó la banda y oleó la afición.
Miguel Rodríguez ensayó tenazmente el toreo clásico, hasta aguantó parones, pero no había manera con aquel género. Igual le ocurrió a Rafel de la Viña, si bien al cuarto consiguió sacarle unos naturales de templanza irreprochable. Sacar naturales de irreprochable templanza a una partida de mulos constituye un auténtico milagro. Y eso -un milagro- es, justo, lo que obró Rafael de la Viña, torero, taumaturgo y natural de Albacete.
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