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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crecimiento desigual

LA ÚLTIMA década ha traído consigo mejoras e injusticias en el mundo. Las diferencias entre los países más ricos y los más pobres son hoy mayores que diez años atrás. El desarrollo en algunas regiones ha sido notorio. Unos 3.000 millones de habitantes en 60 países -principalmente en la OCDE, Asia y también en parte de América Latina- viven hoy mejor que nunca. Pero otros 1.600 millones de personas en un centenar de Estados han sufrido la experiencia inversa. En vez de crecimiento económico han experimentado una reducción en sus ingresos y viven peor que hace 15 años. Estos datos del informe de 1996 sobre desarrollo humano, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), arrojan una mezcla de esperanza y desesperación sobre las perspectivas de evolución de un mundo cada vez más poblado.El Índice de Desarrollo Humano, como cualquier índice, puede resultar discutible, pero, al tomar en consideración criterios como la esperanza de vida, la alfabetización o la educación, proporciona un complemento a las valoraciones basadas únicamente sobre los ingresos. Se ha convertido así en un referente esencial incluso para el debate nacional.

España ocupa en este informe de 1996 el décimo lugar del mundo y el séptimo de Europa en términos de desarrollo humano, principalmente por los datos de esperanza de vida, alfabetización y educación. Aunque haya retrocedido un puesto respecto al año anterior, tal clasificación indica que la calidad de vida en España es muy superior al puesto 31º que le correspondería por su nivel de riqueza por habitante. En este sentido, como resalta este informe, España ha demostrado eficiencia en la traducción de sus resultados económicos en capacitación humana, cuestión nada baladí cuando se está debatiendo sobre el futuro del Estado de bienestar.

El informe refleja que desde 1980 España se ha convertido en una sociedad más igualitaria que la media de los países industrializados, frente, por ejemplo, al modelo británico. Pero tampoco es cuestión de echar las campanas al vuelo, pues el informe recuerda problemas como el desempleo, las limitadas inversiones en capital humano o los daños al medio ambiente. Y en materia de igualdad de sexos, España pierde una decena de puestos respecto al índice general, indicando una vez más que, pese a su desarrollo humano, éste es un país aún dominado por los hombres.

Éste no es un informe sobre España, sino sobre las desigualdades mundiales entre países y en su interior. Y a este respecto el diagnóstico parece acertado: no hay otra vía que la de un crecimiento equilibrado y eficiente. Pero no basta. Hay que generar empleo productivo y bien remunerado, frente al riesgo de trabajar más y ganar menos como ha ocurrido en México y otros países.

Si ésta puede ser una buena base para seguir reflexionando sobre cómo reducir la desigualdad en el mundo, también lo es la consideración de que no hay una fórmula para el éxito, para llegar a ese círculo virtuoso de crecimiento económico y empleo al que todos aspiran. Desde luego sí parece ser condición necesaria frenar los gastos militares, cuya proporción se multiplicó por cuatro entre 1990 y 1994 en los países de África, los actores del gran fracaso de la década.

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