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Reportaje:EXCURSIONES: LA CUEVA DEL MONJE

Malos hábitos

La leyenda de un hidalgo que hizo un pacto infernal anida en un dolmen en la ladera noroeste de Peñalara

Barrabás no es un tipo muy hábil que digamos: a juzgar por las consejas que se divulgan en la sierra, es más bien un pobre diablo. Oigan, si no, la leyenda que cuentan los vaqueros de Valsaín -o Balsaín, tanto da- sobre su vecino Segura, el cual anduvo largo trecho en tratos con Satán hasta que, viéndole las orejas al lobo, mudó en las postrimerías los malos hábitos que gastaba por la librea de monje.Como cuadra a un hijo de la noble Castilla, al tal Segura nos lo pintan hijodalgo, cristiano y austero. Como el Fausto de Goethe, empero, se propala que no pudo dejar de sentir en su alma la comezón del pecado y que quiso -¡en mala hora!- conseguir la suprema aspiración del hombre: el elixir de la eterna juventud y la piedra filosofal del oro. Pero como todo lo bueno se acaba, llegó el día en que el corazón del pervertido, que había pactado con el diablo, fue tocado por la gracia de Dios, y vistió su dueño la parda estameña de monje y retiróse a la montaña. En la ladera noroeste de Peñalara, construido por no se sabe qué titanes inmobiliarios, una suerte de dolmen fue su eremitorio: testigo de sus rezos, de sus lágrimas, de sus disciplinas y cilicios a for de carne.

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Un paseo facilón

Dicen que cierta noche -noche sin luna, sabática, de aquelarre y vendaval- Belcebú se presentó en la covacha a cobrar su deuda. Sintiéndose morir, el anacoreta se encomendó a la Virgen. Entablóse la batalla secular entre el Bien y el Mal. Y el Señor Negro, que en estos casos siempre lleva las de perder, salió derrotado y sin presa, no sin antes dejar, esparcidos en tomo a la guarida, los inhumanos dientes con que mordió la tierra en su infernal rabieta.

La cueva del Monje existe. Conviene advertirlo antes de que algún incrédulo se desplome de sueño sobre esta página. Conviene advertir que el camino que sube hasta ella es la mar de hermoso. Y fácil como la tabla del uno. Frente a la puerta de los Baños de Diana, en el extremo occidental de los jardines de La Granja, surge el venerable paseo del Nogal de las Calabazas, que antaño llevaba de los céspedes palaciegos a la inculta pradera de Navalhorno y hogaño es mera pista de asfalto cerrada al tráfico mediante barrera. Por ella avanzaremos entre robledales, siempre hacia el sur, hasta la primera bifurcación, en que tomaremos el ramal de la izquierda; en la siguiente, a la vera del arroyo de la Chorranca, nos decantaremos por el de la derecha y, ya sin pérdida posible, ascenderemos por los pinares de Valaín hasta plantarnos, en menos de una hora, en el calvero donde se alza el infame dolmen.

Tres peñas dispuestas en inquietante equilibrio, mansión la más conforme para un penitente, acurrucan en un rincón de la pradera, circundadas por varias menores a guisa de monstruosa dentadura. Un melancólico vivero. Tres guindos huérfanos. Vestigios de una casuca. Huellas inequívocas de que otros hombres, probablemente guardas forestales, habitaron este paraje maldito después de la batalla. ¿Qué fue de ellos? ¿Huyeron acaso una noche de lobos?

Cuentan los vaqueros del Valsaín -o Balsaín, que tanto monta- que Segura burló a Lucifer, mas no al Todopoderoso, y que muchos siglos de expiación ha de sufrir antes de alcanzar su gloria. Entre tanto, su alma en pena vaga por Peñalara, y no son pocos los que lo han visto, al filo de la medianoche, rasgándose el sayal en un recodo del camino. Así que aviven el paso, excursionistas.

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