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Menores

Después de un largo, y tortuoso camino, el pasado 27 de junio la Asamblea de Madrid aprobó por fin una ley que formaliza la figura del Defensor del Menor. Esta institución es hija natural de la Ley de Garantías de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia, elaborada por el anterior Gobierno Leguina, y no se limitará sólo a estudiar las denuncias relacionadas con los niños, sino también a difundir sus derechos entre los distintos estamentos sociales, incluida la propia Administración.En principio, sorprende que una medida tan necesaria y saludable haya podido permanecer arrinconada dos o tres años en un cajón; sin embargo, estudiando con cuidado los manejos de los políticos, la cosa se entiende mejor. El PSOE 96, por ejemplo, a través de su portavoz Elena Vázquez, ha criticado el actual Gobierno por su tardanza en aprobar la ley. Y a continuación, en una voltereta inverosímil, se ha abstenido en la votación. Su argumento: el rechazo del PP a una enmienda sobre la forma de elección del cargo. Los socialistas querían que el nombramiento se realizase con la aprobación de las tres cuartas partes de la Cámara, y no por mayoría absoluta, y han montado en cólera tras ver desairada su moción. Lógico, ya que de este modo no van a pintar nada. "Esto viene a quebrar el mecanismo de elección ya instaurado en el Congreso de los Diputados para el Defensor del Pueblo y hace que el Defensor del Menor nazca desprestigiado", declaró la señora Vázquez. Desprestigiado, puede; pero precisamente por las personas que como ellos dan prioridad a piques y gilipolleces protocolarias, anteponiendo sus pucheros al problema que se pretende atajar. Si de verdad fuera tan importante eso del mecanismo quebrado, si el precio de ese detalle sobrepasara incluso al de la indefensión de miles de niños, lo adecuado sería votar en contra y no participar pasivamente en la villanía.

En la actualidad son 6.000 los menores que se encuentran bajo la protección del Instituto Madrileño de Atención a la Infancia (Imain), aunque habría que multiplicar por cinco o por seis esta cifra para ponerse al día. El intento, por tanto, merece la pena, pese a presentarse un tanto empañado por la teoría. Según sus valedores, el Defensor del Menor tendrá una función prioritaria: "Analizar las disfunciones de la Administración y la familia con respecto a los niños".

Espeso, señores. Ni con el diccionario abierto sobre la mesa resulta sencillo enterarse. Convendría que se explicaran mejor, comprometiéndose públicamente a luchar contra quienes atropellan a los niños y profundizando en todos los casos sin dejarse llevar por los remilgos. Proponiendo leyes más severas. Arriesgando si es preciso. Pecando por exceso antes que por omisión. Así, si un niño presenta lesiones que pudieran sugerir a la existencia de torturas o malos tratos, aunque sólo fuera de refilón, la oficina debería indagar a fondo. Y si al final resultara que todo se debía a una caída accidental, carpetazo. Una disculpa y a correr. La tutela de un niño, en efecto, es algo sagrado, y cuestionar la idoneidad de quienes la detentan un asunto muy comprometido.

Sin embargo, ningún padre cabal habría de sentirse ofendido si el azar le hiciera protagonista de una investigación. Quedarse sorprendido, vale, y encogerse de hombros, también. Pero aceptando el hecho con entereza. Al fin y al cabo, la iniciativa sólo tendría como objetivo la protección de sus hijos, y eso compensaría el sofocón.

Y sin ánimo de ser picajoso, tampoco satisfacen las palabras de Rosa Posada sobre la figura del Defensor del Menor, a la que define como "bonita y necesaria". Necesaria sí, pero bonita ... ; en fin, bonita es la Luna, la Alhambra o la cara de Aitana Sánchez Gijón. Pero no exactamente un cargo que ha de enfrentarse a un mundo en sombras y ponzoñoso, dificilísimo de atajar, donde se entrelazan a partes iguales la inocencia, el desamor y los efluvios del infierno.

Las florituras, pues, para dentro de 10 años, cuando los datos objetivos refrenden el éxito de un pequeñajo de estos, mientras está viendo en la tele al Pato Donald, alguien pueda llegar por detrás y romperle un brazo.

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