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Poética electrónica

La electrónica ataca de nuevo, aunque esta vez con su cara más poética. ¿Es posible un lado poético de la electrónica? Pues sí, lo es. En el salón de actos y en el patio central del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) de Madrid se está celebrando esta semana un ciclo de conciertos con la electroacústica y la informática musical como nexo de unión. Los hay con cinta magnética y vídeo, en grandes espacios con iluminación y hasta en convivencia con diferentes instrumentos tradicionales. Es un mundo de sonoridades muy diferente a lo que se escucha habitualmente, pero lleno de estímulos y sorpresas. El Centro de Documentación de la Música Contemporánea ha apostado con fuerza en los últimos años por esta modalidad. La madurez de los resultados alcanzados indica que el esfuerzo no ha sido en vano.La música electrónica es una conquista de la segunda mitad de este siglo. Las primeras composiciones sonde 1951 y proceden de Colonia, aunque varios precedentes se pueden situar en los cuarenta, con la música concreta y con John Cage, e incluso en los treinta con algunas manipulaciones de Varese. La música electrónica, o electroácústica, o informática, es un género que llena una buena parte del arte de los sonidos en la actualidad, habiéndose convertido en una herramienta de trabajo prácticamente imprescindible para muchos compositores. Su evolución es más o menos incierta, pero su carácter cotidiano es innegable.

Coincide además durante estos días una serie de cursos alrededor de la cuestión informático-musical. Hoy, por ejemplo, termina el de síntesis de sonido por ordenador, a cargo del compositor americano James Dashow (Chicago, 1944), de quien el lunes se escuchó una interesante obra para cinta magnética y piano (con Ana Vega Toscano), y mañana tiene lugar una jornada completa dedicada a la composición fractal por Francisco Guerrero (Linares, 1951), uno de nuestros compositores más interesantes e inquietos, entre cuyos proyectos aún no cristalizados está un Centro de Altos Estudios Musicales, que contó ya en 1988 con el apoyo de Xenakis y de Boulez, y el espaldarazo interior de físicos, ingenieros, economistas, compositores y hasta psiquiatras de la talla de Carlos Castilla del Pino. La semana pasada se realizó también un curso de composición electrónica e informática con el infatigable Adolfo Núñez, cuyo libro sobre el tema es una referencia obligada.

La influencia de los ordenadores en la vida musical no se limita, en cualquier caso, a la composición. Ahí están, sin ir más lejos, las aportaciones de Javier Mariscal o de La Fura dels Baus en el tratamiento de las imágenes en movimiento, para dar soluciones visuales complementarias a sus respectivos enfoques de las óperas de Falla que se han podido ver con admiración en el Festival de Granada. Y entre los proyectos que arrancan desde la Expo de Sevilla, es justo señalar El aria eléctrica, de Juan Carlos Eguillor.

"Con la electrónica he encontrado mayor libertad", dijo en cierta ocasión la compositora Zulema de la Cruz, formada como muchos otros creadores españoles en el Centro de Investigación Computacional Musical y Acústica de la universidad californiana de Stanford. Este sentido de la libertad puede llegar a hacer más inmediatas las confidencias musicales, superando o tratando de superar la idea excesivamente cerebral que desprende todo lo que tiene que ver con un ordenador. De hecho, el mundo de las emociones ha salido a flote con naturalidad en las primeras obras que se han escuchado en el Reina Sofía esta semana, desde El encanto de la noche tropical, del puertorriqueño Carlos Vázquez, hasta la solución músico-videográfica María Sets, de Brian Evans.

Hoy y mañana son los dos últimos conciertos de estas jornadas. Actúa el prestigioso Laboratorio Phonos de Barcelona y el improvisador e imaginativo dúo Fases (Wade Mathews y Pedro López). El viaje exótico y sorprendente hacia lo desconocido está absolutamente garantizado.

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