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Lébed visto por si mismo

Los_puños y el vodka, protagonistas de la visión que tiene de Rusia el nuevo 'número dos' del país

Pilar Bonet

El general Alexandr Lébed, un peso pesado de boxeo en su juventud, segura que no le gusta violencia como método de educación castrense, pero se ha liado a puñetazos más de una vez y cuando era jefe de un batallón de paracaidistas en Afganistán, tumbó a 11 soldados que martirizaban a sus compañeros con una improvisada picana eléctrica.En sus memorias -Me duele el Estado- Lébed cuenta que en Afganistán, donde estuvo destinado desde noviembre de 1981 hasta el verano de 1982, la tropa vivía en deplorables condiciones (hambrientos, sin ropa interior, sucios y llenos de piojos) y respondió desafiante a su intento de mejorar la disciplina y la preparación física. Un grupo de soldados se divertía atando a sus camaradas a las barras de gimnasia y aplicándoles en los pies el cable eléctrico de un teléfono de campaña. La descarga era tal que "el trasero se les quedaba pegado al techo" del cuartel, según describe gráficamente el general.

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Enfurecido, el oficial tumbó a puñetazos a los 11 gamberros, diez de ellos a razón de un solo golpe por mandíbula, y al último, más fuerte que los demás, con dos golpes. Sin embargo, Lébed sintió después "remordimientos de conciencia". "Toda la vida", explica, "rechacé los golpes como método de educación, siempre consideré y prediqué a los subordinados que si un oficial llegaba a no tener más argumentos que el puño era mejor presentar la dimisión y marcharse del Ejército, y aquí de repente mi teoría de tantos, años terminaba en una práctica tan fea".. Sin embargo, "extrañamente", el método dio resultado: lis soldados dejaron de pelearse y comenzaron a mirarle "con admiración" y respeto. En diez días, Lébed tenía "un batallón con el que estaba dispuesto a combatir".

Una de las causas de la resistencia afgana, según reconoce el general, fueron los mortíferos ataques de castigo que las tropas soviéticas, con ayuda de helicópteros, realizaban contra los pueblos donde actuaban los guerrilleros. Tales venganzas producían muchas víctimas civiles y pocas bajas entre los adversarios armados.

Además de las experiencias de Afganistán, Lébed recuerda su juventud en Novocherkassk, donde nació y donde trabajó en una fábrica de imanes en espera de ingresar en el Ejército. En el taller conoció a su esposa Inna, que allí era responsable de las juventudes comunistas, el Komsornol.

El general relata además su carrera en las tropas de paracaidistas, unidades de élite utilizadas por los dirigentes soviéticos Para abordar conflictos y para iniciativas arriesgadas. Lébed participó en la represión de una manifestación nacionalista en Tbilisi en abril de 1989, y de la sublevación independentista en Azerbaiyán en 1990, y, siendo jefe de la división de paracaidistas de Tula (situada a algo más de 200 kilómetros de Moscú), fue movilizado hacia la capital rusa en septiembre de 1990 en el despliegue de un golpe de Estado militar que no llegó a consumarse. El entonces ministro de Defensa, Dmitri Yázov, explicó la movilización como una operación de recogida de patatas y la documentó con un mapa falso ante el, Parlamento, cuenta.

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Lébed cumplió escrupulosamente las órdenes de sus superiores tanto en aquella situación como durante el golpe de Estado. de agosto de 1991 y renunció después a apuntarse al carro de los "demócratas.... por los que expresa un reiterado desprecio, y a presentarse como "defensores" del Parlamento para sacar partido de su comportamiento.

Me duele el Estado fue publicado en 1995 cuando Lébed hacía campaña en las elecciones, parlamentarias, de Rusia, pero la meteórica ascensión del general, que aspira a convertirse en presidente del Estado antes del año 2.000, da una nueva actualidad a la obra, y algunos políticos rusos la leen apresuradamente para conocer mejor al ambicioso oficial.

Su biografía es tan reveladora de su psicología como los dos tomos de memorias publicadas por Yeltsin en 1990 y 1994, respectivamente lo fueron sobre la psicología del presidente de Rusia. Entre ambos existen curiosas similitudes, ya que tanto Yeltsin como Lébed se perciben a sí mismos como personas arrojadas, sin temor al riesgo ni a la responsabilidad. Y ambos tienen un estilo vivo y espontáneo que choca con las convenciones del buen gusto europeas y que está en las antípodas de las relamidas memorias del ex presidente soviético, Mijaíl Gorbachov.

Los puños y, sobre todo, el vodka aparecen con frecuencia como el telón de fondo cultural en el que Lébed desarrolla su acción, ya sea bebiendo con la oficialidad o buscando alcoholes de destilación casera para sus caprichosos superiores. En su adolescencia, un puñetazo le produjo la que tantas dificultdes le ocasionó en los exámenes médicos de ingreso en la academia. En Kabul, en una velada de oficiales, Lébed pegó a un teniente borracho "en silencio y con fuerza", pero al día siguiente se bebió con él des botellas de vodka en señal de reconciliación.

En junio de 1985 Lébed, que en la actualidad se jacta de no beber, desafió la campaña antialcoholica que Gorbachov acababa de iniciar. Animado por el alcohol en una buena comida en un restaurante del centro de Moscú, se dirigió a la plaza Roja con el propósito decantar allí. Por suerte para su carrera, obedeció el consejo de un policía y renunció a hacerlo.

Con una abundante cantidad de alcohol, Lébed y sus compañeros regaron la visita que Yeltsin realizó a la división de paracaidistas de Tula en 1990 en calidad de candidato a la presidencia de Rusia. La división no se dejó impresionar por la promesa de Yeltsin de repartir 500 viviendas si era elegido, pero recibió "a la rusa", es decir, con abundante alcohol, -al candidato y a su guardaespaldas, Alexandr Korzhakov. Analizando el éxito posterior de Pável Grachov, que como jefe de las tropas de Paracaidistas de la URSS organizó la visita, Lébed concluye que beber es una "fórmula eterna de éxito" en Rusia.

Lébed critica a los políticos soviéticos por su reiterada costumbre de enviar al Ejército a los focos de tensión y evadirse de las responsabilidades. En Tbilisi, donde 18 personas murieron en el aplastamiento de una manifestación nacionalista, Igor Rodiónov, el jefe del distrito militar del Cáucaso, estaba en contra de utilizar a los paracaidistas, según afirma Lébed. Rodiónov, el candidato de Lébed para el puesto de ministro de Defensa, es, según él, uno de los "más inteligentes y educados generales" del Ejército ruso, un "intelectual" y "un hombre de honor", pero no podía imponer su voluntad sobre la del jefe comunista de Georgia, que insistió en utilizar las tropas.

En Azerbaiyán, a principios de 1990, Lébed combatió con los nacionalistas en el puerto de Bakú y después tuvo que habérselas con los responsables de un restaurante portuario que acusaban a sus tropas de pillaje.

Lébed ejerció la presión psicológica como arma contra la comisión de la fiscalía militar que se desplazó a Bakú para investigar el asunto y quitó la escolta militar a los fiscales, lo que equivalía a dejarles a merced de los nacionalistas en una situación muy tensa. Los fiscales se disculparon y dejaron la investigación para otro momento. La campaña de Azerbaiyán le valió a Lébed el ascenso a general en febrero de 1990.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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