Aznar intenta agradar a sus interlocutores comunitarios
José María Aznar no llegó y venció, pero por lo menos agradó. El y la nutrida delegación que acompañó al presidente del Gobierno español a la cumbre europea, en la que se estrenó se esforzaron por complacer a sus interlocutores. Tuvieron suerte, porque la cita de Florencia, en la que no se discutía ningún tema vital para España, se prestaba a repartir apretones de mano y sonrisas.Las primeras de la mañana fueron para la prensa, que Aznar recibió puntual en el Gran Hotel para darle cuenta de cómo veía la reunión, aunque sólo contestó a tres preguntas. No fueron las declaraciones improvisadas en la puerta de su hotel que, ante un enjambre de micrófonos, solía hacer Felipe González mientras periodistas y guardaespaldas se daban empujones.
El nuevo jefe del Gobierno habló en un salón especialmente habilitado, ante un micrófono y rodeado de sus más destacados colaboradores: el vicepresidente y ministro de Economía, Rodrigo Rato; el titular de Exteriores, Abel Matutes, y los secretarios de Estado Francisco Javier Zarzalejos y Miguel Angel Rodríguez.
Intentó salpicar sus palabras de alguna que otra broma. Se preguntó, por ejemplo, si su encuentro cuatripartito, hoy a las seis de la tarde, con el primer ministro turco y sus homólogos de Italia e Irlanda, sería una merienda o una cena. Saludó a continuación detenidamente a los periodistas.
Después acudió a la Fortezza da Basso, una fortaleza del siglo XVI d0nde se celebra la cumbre. Nadie le dio la bienvenida -en marzo el canciller alemán, Helmut Kohl, despidió solemnemente a González en nombre de todos los líderes-, aunque alguno sí le íblicitó por su elección. A la mitad les conocía -se había reunido con ellos en sus viajes como presidente del PP o en reuniones de los democristianos europeos-, pero con otros siete, generalmente socialdemócratas, fue su primer saludo. También se estrenaban ayer en la cumbre los primeros ministros italiano, Romano Prodi, y griego, Costas Simitis.
Con todos ellos Aznar conversó en los pasillos a través, de un intérprete o, a veces, directamente en un francés menos fluido que el de su predecesor. En la sala de reuniones el presidente español habló poco. No intervino, por ejemplo, en el debate de la mañana sobre las vacas locas.
La buena voluntad con los periodistas no fue sólo obra de Aznar. El resto de la delegación emuló su ejemplo. Fue la que más reuniones informativas celebró con la prensa. Dos veces bajó Rodríguez, el secretario de Estado de Comunicación, a dar cuenta de la evolución del debate. Por la tarde, Matutes abandonó incluso a Aznar en la sala de reuniones para informar.
Rodríguez es todavía un novato, y por eso se le cuelan lapsus que le llevan a confundir Australia con Austria. "Después de todo", recordaba un diplomático, "su predecesora en el cargo, Rosa. Conde, se pasó todo un viaje de González a Centroeuropa, en 1991, hablando de Eslovenia cada vez que había que hablar de Eslovaquia".
Ana Botella, la única mujer de un líder europeo que "se desplazó a Florencia, hizo turismo en Siena por la mañana, y por la tarde asistió a un acto de la fundación napolitana Pegaso, de apoyo a la conservación del patrimonio urbano en Europa, que ha acogido bajo su amparo la estación de trenes de Toledo.
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