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Dos líneas de Gobierno

El Gobierno, al fin, ha empezado a gobernar. Las urgencias de la cosa pública y la gracia de Estado lo han puesto al tajo. De meta, el poder se ha convertido en tarea.Y en el gobernar de este Gobierno cabe distinguir dos líneas de acción, de muy diferente calidad, sin que todavía pueda precisarse cuál de ambas va a predominar en el futuro. De una parte, la lúdica gestual, dominada por el placer que el poder proporciona. De otra, la determinada por el principio de realidad que condiciona al poder, tanto al limitarlo como al forzarlo a transformar la propia realidad.

La primera es una tentación de todo gobernante y, a la vez, una de sus mayores posibilidades. Hay una política de gestos que satisface mucho a quien los hace y que, incluso, en un primer momento, gustan a la opinión. pública. Más aún, el gesto eficaz, combinado con medidas de: política realista, eleva el tono de la vida pública. Son gestos, precisamente, los que han escaseado en los últimos años de Gobierno socialista. Pero el gesto, por sí solo, está llamado a agostarse y a transmitir desencanto, y ejemplos de ello hay en la historia de nuestra democracia.

Pero el juego placentero puede ir más allá de lo gestual cuando el goce del poder determina sus opciones. Por ejemplo, la aplicación del "sistema de botín" en la colación, no de cargos públicos sino de la fronda de instituciones semipúblicas en cuya dirección el Gobierno parece tener una influencia determinante, si bien un proyecto verdaderamente liberal debería practicar, en este campo, la virtud de la autorestricción.

La segunda tendencia, por el contrario, lleva a fijar una serie de metas y elegir los medios adecuados para conseguirlas. Gobernar no es en este caso aparentar ni disfrutar, es necesariamente optar. Tal es el caso de las medidas de política economica ya decididas y las que en el mismo sentido se anuncian, y las direcciones de política exterior y de seguridad incoadas por los ministerios responsables y en los propios viajes del presidente del Gobierno.Las medidas de política económica tomadas y por tomar estaban cantadas. Responden, en gran medida, al respaldo político social que el PP ha recibido y recibe antes y después de las elecciones e incluso, muchas de ellas, podrían y deberían haber sido incluidas entre las medidas liberalizadoras del anterior Gobierno. Hay que agradecer, por tanto, al vicepresidente Rato y a su equipo el haber tenido el coraje de decidir lo que era no sólo deseable sino inevitable, aunque no siempre la instrumentación de la decisión sea inmejorable. Ahora bien, tales medidas fueron. criticadas por el PP cuando las proponía el Tribunal de Defensa de la Competencia bajo la anterior administración socialista y ahora las critica el PSOE por iguales motivaciones partidistas. Carecen, así, del grado de consenso político capaz de provocar el necesario apoyo social y ello hace temer que las medidas, ineludibles para garantizar nuestro futuro económico, choquen con una peligrosa conflictividad. La vía para ello no es otra que la negociación, por difícil que ésta resulte.Tal situación contrasta con la propia de nuestra política exterior. El atlantismo y el europeísmo de que hace gala el Gobierno, la atención priviliegiada a Iberoamérica o a Marruecos, es fruto de un consenso decantado a través de varios años entre las principales fuerzas políticas.

Baste, como ejemplo, la plena integración de España en la OTAN anunciada por el ministro Serra. Que España, según lo expuesto en Bruselas por el Rey, con un Gobierno Popular, participe plenamente en una Alianza renovada por un secretario general socialista y español supone la culminación de un largo camino. Quedan atrás los malentendidos de 1982 a 1986 que comenzaron a despejarse en 1987, cuando populares, socialistas y nacionalistas se pusieron de acuerdo en que lo importante era la realidad de la participación. Las palabras vendrían detrás, como así ha sido.

El común reconocimiento de los hechos y de su fuerza normativa, si no es sumisión a lo inevitable, sino comprensión de la realidad, puede servir de acceso a un fecundo consenso político.

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