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París despliega una exposición panorámica sobre cien años de escultura inglesa

La muestra antológica descubre el humor y la ironía de los artistas británicos

El humor británico se ha refugiado en la escultura. Ésa es la reacción inmediata y un poco tópica que produce una visita a la exposición Un siècle de sculpture anglaise que presenta el Jeu de Paume, en París, hasta el próximo 15 de septiembre. Se trata de una muestra ideada por Daniel Abadie que se abre con un "replicante" de 1913, de un Jacob Epstein inquieto ante la maquinización de la vida, y se cierra con las obras de 1993 de Anish Kapoor y Damien Hirst, esta última con las polémicas vacas cortadas longitudinalmente y conservadas en formol dentro de enormes peceras.

Por el camino nos cruzamos con obras de otros quince artistas, representantes de generaciones que se suceden y que no dejan de preguntarse qué es la escultura: Ben Nicholson, Barbara Hepworth, Henry Moore, Eduardo Paolozzi, Anthony Caro, Phillip King, Gilbert & George, Barry Flanagan, Richard Long, Michael Craig-Martin, Tony Cragg, Bill Woodrow, Richard Deacon, Antony Gormley y Rachel Whiteread. Durante los años 30 la obsesión geométrica y la abstracción, en la línea de los Naum Gabo, Arp o Brancusi, se entremezcla con la curiosidad por el arte procedente de las civilizaciones primitivas. De ahí esculturas en madera, concebidas como un tótem, pero también las formas puras en materiales nobles. Henry Moore, a veces inspirado en un surrealismo amante de blandas formas biomórficas, reintroduce la figura humana y crea arquetipos. King and Queen (1953) es un paso que conduce a los personajes integrados en el espacio, como el de la célebre Reclining figure.

El pop es un invento británico, la primera risotada sobre el multiculturalismo. Paolozzi transforma a Wittgenstein en coloreada máquina tragaperras o hace de Shakespeare y Hamlet unas irreconocibles referencias camufladas bajo la pintura jaspeada militar, los colores planos y brillantes del pop, y las convenciones niponas. Al mismo tiempo, Anthony Caro, antiguo ayudante de Moore, juega con el minimalismo e invita al espectador a olvidarse del punto de vista canónico, y King lleva el mismo juego -él es alumno de Caro- al terreno del color y de los materiales sintéticos.

A finales de los 60 el discurso se radicaliza y se hace más puro: es el momento del arte conceptual o del Process Art, reacción frente al manierismo que iba apoderándose de los minimalistas. Richard Long trabaja con mapas y fotos, realiza intervenciones en la naturaleza y, por fin, se decide a instalar sus piedras en las salas de los museos. Gilbert & George se ofrecen como divertida variante de body art bajo la forma "escultura que canta" realizada en el material más noble: auténtico gentleman.

Los años 70 ven la emergencia de quienes trabajan con materiales recuperados. Son hijos críticos de la abundancia que topan con la primera crisis del petróleo. De las cámaras fotográficas de Bill Woodrow salen lagartijas, sus objetos cotidianos -un cubo metálico, una tetera- se reconvierten en langosta o escarabajo. Al mismo tiempo, Tony Cragg convierte un muro repleto de residuos de la sociedad de consumo en silueta de Gran Bretaña y Craig-Martin lleva el poder de transformación al límite y lo hace descansar, íntegramente, en la palabra y en la subjetividad absoluta: un vaso de agua aparece etiquetado "roble".

Nueva generación

La última generación trabaja, siempre con humor y espíritu de autoirrisión, sobre la muerte y los fantasmas. Rachel Whiteread evoca lo que queda de nuestra vida anterior a partir de su rastro en los muros, mientras que Gormley deja las huellas de su cuerpo impresas en bloques de cemento como si hubiese sido engullido por ellos. De las ya citadas vacas de Hirst, en el Jeu de Paume en plena crisis de vacas locas, se ha escrito mucho, así como de su idea de lo que es el arte, un estadio a medio camino entre lo vivo y lo muerto.Anthony Caro ha creado para la ocasión su mayor escultura, instalada en el jardín de las Tullerías, vecina a unas enormes Large Two Forms de Moore y a una gigantesca liebre voladora de Barry Flanagan. Las piezas de mayor tamaño han sido pues colocadas en el exterior, en medio de la geometría recortada de los jardines a la francesa, los grupos escultóricos del XIX y, al fondo, como marco monumental, el obelisco de la Concorde y el Arco de Triunfo.

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