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Rostropóvich y Rozhdestvenski

Orquesta Philharmonia de Londres.

Director: G. Rozhdestvenski. Solista:

M. Rostropóvich, violonchelo. Obras de Berlioz, Saint-Saéns, Fauré y Rimski-Kórsakov. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de junio.

Por segunda vez se reúnen en Madrid las voluntades del violonchelista Rostropóvich y Argentaria a fin de ayudar, desde la distancia, a la construcción en Moscú de un hospital infantil. Si hace seis meses Rostropóvich hizo un recital con piano, ahora ha venido con la Philharmonia de Londres que dirige Rozhdestvenski. El violonchelista nació en Baku en 1927 y desde 1982 adoptó la nacionalidad suiza; el director, cuatro años más joven, vino al mundo en Moscú y desde 1992 es titular de la formación sinfónica londinense. Ambos, al margen de sus distintas personalidades, se distinguen por una efusividad expresiva que causa fuerte impacto en la audiencia tal y como quedó demostrado, una vez más, el pasado domingo en el- Auditorio Nacional.Esta vez, Rostropóvich dedicó su atención a dos compositores franceses, Fauré y Saint-Saëns, a los que Rozhdestvenski añadió para comienzo un tercero: Hector Berlioz con la obertura para El carnaval romano, expuesta por la orquesta a modo de llamarada iluminante y con un virtuosismo de alta clase. Antes de mediar el siglo romántico, Berlioz modificó genialmente el concepto y el estilo del sonido orquestal.

Saint-Saéns en su Concierto para violonchelo en la menor, de 1883, trazó una página limpia, unitaria y de máxima elegancia. Estamos, como tantas veces en la historia del arte francés, bajo el dominio del "buen gusto". Para Rostropóvich éste, y quizá ningún otro concierto ofrecen mayor resistencia dado su soberbio dominio del sonido, el virtuosismo de su técnica y la coherencia de su estilo. Abordó el allegro con una brillantez casi excesiva, mientras nos dio una visión perfecta del- original minuetto para recuperar, luego, la tónica fulgurante.

Lo esperado

Antes Rostropóvich se internó por la intimidad de la Elegía de Fauré, a la vez introvertida y expresiva, cuya lírica procede tanto del sentimiento como de la razón. Largamente ovacionado, el gran violonchelista regaló un par de aires de danza de las suites de Juan Sebastián Bach.

Decir que el formidable conjunto sinfónico londinense y su maestro colaboraron con el solista de forma excelentísima resulta innecesario: dieron lo que todos esperamos de ellos. Distinto tema es el de Scherezade de Rimski quien, en las postrimerías del XIX, impone una escritura y un pensamiento sinfónicos de gran novedad, montados (incluso estructuralmente) en la riqueza cegadora de los timbres. Rozhdestvenski y su orquesta narraron los grandes cuadros orientalistas con máxima perfección y matización, dentro de una expresión normal y sin la menor retórica. Éxito clamoroso.

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