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Vestir en Madrid

Trenkas, cazadoras, vaqueros, pantalones de franela, chaquetones de cuero, faldas a cuadros, todo en los mismos tonos: negro, gris, azul marino, verde botella y pardo. La mayoría de las bocas rumian chicle.Un abrigo de visón, otro abrigo de visón, alguno de astracán, más abrigos de visón, todos negros, todos con el mismo corte, todos del mismo largo, solos o por parejas: dos amigas que pasean cogidas del brazo, o madre e hija: idéntico maquillaje, idénticas joyas, idénticos modales, idénticos abrigos, la misma cara veinte años después. Faldas cortas, oscuras; medias oscuras; zapatos de tacón; melenas lisas con ostensibles mechas rubias. Como adorno, cualquier cosa dorada.

En Madrid, en invierno: de un lado, el metro (que en esta ciudad parece usar una sola clase social), del otro, la calle de Serrano. Es Madrid en cualquier estación: división estricta entre clases, y uniformidad no menos estricta dentro de cada una. Clases de edad: por debajo de los veinticinco, los vaqueros, la cazadora, la camiseta con eslogan en inglés y el calzado, deportivo son reglamentarios. Clases sociales: las señoras llevan abrigo de visón hasta los pies; las de quiero y no puedo, chaquetón tres cuartos de visón; el resto de las mortales, anorak o trenka. Y naturalmente, división por sexos, especialmente acentuada en la burguesía y después de los treinta. Tampoco se encuentran calcetines gruesos por debajo del número 40: las damas, por lo visto, usan sólo zapatitos abiertos y media fina, aunque la temperatura baje de cero.

En París, lo que manda es la mezcla de estilos: unas botas militares combinadas con un sombrero de terciopelo, guantes de encaje y una chaqueta bordada tibetana pueden ser el colino de la elegancia. En Viena, las legiones de trajes de chaqueta indican a las claras en qué tipo de ciudad esta mos sobria, rica sin ostentación, férreamente convencional (exactamente lo que nos temíamos tras leer a Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek). En Londres, la moda punki ha dejado sus huellas: crestas de colores, cuero negro, collares de perro y aros en la nariz o en las orejas; la tradición, tan arraigada, de tiendas de ropa usada con fines caritativos (Oxfam, Save the Children, otras muchas) imprime a muchos atuendos ese aire entre pobretón, bien intencionado y estrafalario tan típico de la sociedad inglesa (qué lector de Guillermo no recuerda a la esposa del párroco, militante contra el maquillaje, o aquella otra cuya cruzada es la idea fija de que hay que decir siempre la verdad a los niños). En todas ellas, sobre todo en Londres, a pesar de ser mucho más frío que Madrid, el abrigo de pieles, mal visto, pierde terreno: la sensibilidad ecológica o movimientos más activos como el violento Animal Liberation Front (sic) ganan adeptos. Y otro rasgo de todas las grandes ciudades europeas, aunque no sean capitales, es la abundancia de otras prendas, cuya ausencia en Madrid resulta tan llamativa: saris, caftanes, bubús, turbantes.

La creatividad vestimentaria madrileña, que la hay, se concentra en las calles de la horriblemente llamada (¡con lo poético que era el nombre de antes de la guerra: barrio de Maravillas!) zona centro: en sus tiendas y en sus locales nocturnos, algunos tan exquisitos como el Acuarela y el Manaus, que acaban de abrirse en Chueca, al lado de la librería gay, entre panaderías galdosianas y lecherías con mostrador de mármol. Y es que una de las cosas más típicas de Madrid -esa ciudad que ha crecido a tirones y que se ha hecho moderna sin dejar de ser provinciana- es el contraste: Torre Picasso y museos del Jamón. También las tiendas de ropa alternativa, con nombres como Glam o Anke-Schlöder, comparten barrio, y a veces hasta acera, con Modas Sardina o Confecciones Loli.

Quizá, en última instancia, la, característica verdaderamente definitoria de la ropa que ofrecen las tiendas alternativas madrileñas -esa ropa refinada y chillona, original e insolente- es el sentido del humor: Madrid es una ciudad hortera pero simpática, maleducada y llena de vitalidad. Lo pienso cada vez que paso delante de un par de pantalones a cuadros plateados, que juntó a una chaqueta rabiosamente naranja, un salvavidas de plástico amarillo en forma de pato y una caja de preservativos cóctel de frutas, exhibe en una recién inaugurada tienda.

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