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Moncloa deja a Matutes escaso margen para decidir los nombramientos de su ministerio

En el Ministerio de Asuntos Exteriores no Iba habido vendetta. La transición entre el anterior equipo socialista y el popular ha sido suave en su primer mes. Los altos cargos que se van no han sido, en general, castigados, aunque los diplomáticos conservadores han sido más bien premiados. Las decisiones más importantes no son, sin embargo, obra del nuevo jefe de la diplomacia española, Abel Matutes. Su margen de maniobra es estrecho. Es, ante todo, el presidente del Gobierno y líder del Partido Popular, José María Aznar, quien hace o deshace a los embajadores de España.

Los populares comentan orgullosos que han nombrado al último ministro socialista de Exteriores, Carlos Westendorp, aquel al que le daba "pavor" la bisoñez de Aznar en una cumbre europea, embajador ante la ONU. Recuerdan de paso que fue el cargo que ocupó otro titular de Exteriores, el socialista Fernando Morán, cuando dejó el ministerio en 1985. Señalan además que a otro jefe de la diplomacia, el democristiano Marcelino Oreja, los socialistas le querían enviar en 1982 de cónsul a Lisboa.La comparación entre la magnanimidad popular con la cicatería socialista no es exacta. Oreja había dejado hace tiempo de ser ministro, él mismo se presentó al concurso para el puesto y fue el entonces presidente, Felipe González, quien le rescató antes de que se fuese a Lisboa. Le presentó después con éxito como candidato España a la secretaría general del Consejo de Europa.

Los socialistas se quejan, en cambio de una vendetta que ilustran con el ejemplo de la inminente destitución de José Luis Dicenta, embajador en México desde diciembre. Tampoco tienen razón. Cuando fue designado, los populares pusieron el grito en el cielo porque dijeron tres meses antes de unas elecciones generales no se puede maniatar aI futuro Gobierno nombrando a jefes de misión para embajadas de primera fila.

Dicenta será pues sustituido por Juan López Chicheri, un diplomático conservador que ya era director general en la etapa socialista. Otros diplomáticos del anterior equipo, pero de la misma ideología que Chicheri, han salido bien librados. Es el caso, por ejemplo, de Javier Conde, embajador ante la OTAN, o de José de Carvajal, ascendido a subsecretario. Incluso uno de ideología filosocialista, José Rodríguez Spitteri, sigue en su puesto de director de Europa y sus competencias han sido ampliadas.

Javier Solana, ministro de Exteriores hasta diciembre pasado, dividía a sus subordinados entre los que no estaban en el proyecto socialista y los que, sin ser forzosamente miembros del PSOE, sí lo estaban. A estos últimos tampoco les ha ido del todo mal ahora. Francisco Villar secretario general de Política Exterior se hará cargo de la embajada ante la Organización de Estados Americanos; Ricardo Díez-Hochleitner, asesor de González, será jefe de misión en Viena; y Alberto Navarro, director de gabinete de Westendorp, será embajador en Lima.

La generosidad popular con el adversario sólo podrá ser confirmada cuando se sepa la suerte que corren Miguel Angel Carriedo, el hombre de confianza de Solana, Jesús Atienza, portavoz del ministerio, o los directores de África y Oriente Medio, Miguel Ángel Moratinos, de Norteamérica y Asia, Leopoldo Stampa, y de Iberoamérica, Yago Pico de Coaña.

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Como era de esperar, los populares han premiado, a los suyos, pero mucho más a los jóvenes cachorros que a las viejas glorias. Entre estas últimas Carlos Benavides, que se irá a París, es un poco la excepción, porque otro histórico, Guillermo Kirpatrick, dirigirá una embajada menor, la del Consejo de Europa. Otros muchos se lamentan de que, después de tantos años, no les ha tocado nada.

El caso más llamativo de joven militante promocionado es el de Eduardo Gutiérrez, de 38 años, que pasa directamente de un despacho en la sede del PP a la dirección de Iberoamérica. Su amistad con el secretario de Estado de Cooperación Fernando Villalonga, le ha valido este traslado sin precedentes del partido a la cúpula de Exteriores. Otro ascenso fulgurante será el del popular José María Ferré que a sus 40 años se hará cargo de la Embajada en Líbano.

Si la Embajada en Washington no va a caer en manos de ningún popular es porque no ha aparecido ningún aspirante con suficientes galones después de que el diputado Javier Rupérez la declinase. Será, por tanto, un profesional, eso, sí conservador, quién la encabece. El nombre que más suena es el de Antonio Oyarzábal, embajador en Copenhague.

Después de sudar la gota gorda, Matutes logró colocar a su ex colaborador en Bruselas, Ramón de Miguel, al frente de la Secretaría de Estado para la UE. Ahora está intentando nombrar embajador en Roma a otro de sus antiguos subordinados en la Comisión, Juan Prat, pero cada uno de sus candidatos suscita reticencias en La Moncloa y, a veces, se los rechazan. Es el caso, por ejemplo, de Francisco Villar, al que propuso en vano para la OTAN.

Nunca en la historia de la democracia los nombramientos de altos cargos han sido llevados tan en secreto en Exteriores como ahora. La explicación es sencilla. El ministro intenta evitar que se filtren sus intenciones por si Aznar no las ratifica e impone a su candidato o el de algún vicepresidente.

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