La sobrina roja del general
Los años de la transición, inmediatamente después de la desaparición del general Franco, presenciaron la aparición de una auténtica eclosión de memorias sobre su persona, escritas por quienes habían estado cerca de él. Sobre el dictador escribieron su hermana Pilar, su primo hermano Pacón, su nieto Cristóbal y la viuda de su hermano, Ramón, amén de sus tres médicos -Soriano, Gil y Pozuelo-, sus ministros e incluso cien españoles más o menos relevantes. De estos libros, el que quedará como fuente de primerísima fila es el de su primo, único que contiene confidencias políticas, muy descriptivas del ambiente un tanto mezquino de El Pardo. Tanto interrogarse sobre el dictador obedecía a una curiosidad legítima, pero lo cierto es que la personalidad de Franco resulta bastante menos enigmática de lo que se pueda pensar. Era una esfinge sin secreto, un personaje un tanto prosaico elevado a la condición de crucial por la trágica experiencia histórica de su país.Entre esos libros, el que publicó Pilar Jaraiz Franco en 1981, aunque excesivo en su título -Historia de una disidencia- y carente de noticias políticas, tenía la virtud de la autenticidad. Era una mujer discreta y de aspecto frágil, con una mirada vivaracha e inquieta, que en algunas ocasiones intervino en televisión con ex ministros e historiadores. En esas ocasiones no hablaba mucho, pero cuando lo hacía resultaba devastadora para la memoria de su tío. No le agredía, ni parecía tener inquina alguna contra él, pero ése era el efecto, por la sencilla razón de que, frente a tanto franquista nostálgico y pomposo, reducía el personaje a sus exactas dimensiones.
Las noticias más importantes que proporciona ese libro se refieren a la transformación experimentada por Franco en el transcurso de la guerra civil. Hija de su hermana Pilar, la autora tuvo un estrecho contacto con el futuro dictador en los años treinta, durante los cuales se alojaba en la casa familiar cuando estaba en Madrid. Pilar Jaraiz fue dama de honor en la boda de Franco, y éste se convirtió en su padrino de boda cuando casó. Doña Carmen le ayudó a elegir el ajuar y ella le acompañaba a comprar antigüedades en el Rastro.
Todo cambió con la guerra. Franco -como, por otro lado, resultaba bastante lógico- no avisó a sus familiares de su decisión de sublevarse, y ellos, muy a menudo, sufrieron las consecuencias. Pilar Jaraiz fue encarcelada en Madrid con su hijo recién nacido y pasó penaldades sin cuento durante aquellos tres desgraciados años. En 1939 llegó a Burgos gracias a un canje y acudió a ver a su tío. Le asombró entonces hasta dónde llegaba su autosatisfacción. Se sintió "como un escarabajo" y también le dolió la reticencia de su tía. En adelante mantuvo con ellos una relación tan sólo lejana. Su tío era ahora caudillo, y ese género de cambios no es muy propicio para una estrecha relación familiar.
Todo esto lo explicaba Pilar Jaraiz con sencillez, y, al hacerlo, mostraba una clave esencial del dictador. Su desvío del régimen no nacía, sin embargo, de una sensación de falta de atención hacia ella por parte del tío, sino de una actitud política a ras de tierra, pero convencida, espontánea y honesta. Al hablar con ella se tenía la impresión de que muchas madres de familia de edad madura evolucionaron en el franquismo final, como en su caso.
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