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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A las armas, ¿ciudadanos?

EL SERVICIO militar obligatorio, hijo de la Revolución Francesa y de las guerras de los dos Napoleones, ha entrado en una crisis existencial en Europa, de la mano de los nuevos aires que soplan desde el fin de la guerra fría. En Francia, con rapidez y decisión, el presidente gaullista, Jacques Chirac, ya le ha puesto fecha a su fin, el 2002, comenzando en enero a aplicar su plan, pese a las críticas que ha suscitado. En España, el PP -desbordando su compromiso electoral- ha anunciado su intención de profesionalizar las Fuerzas Armadas si las finanzas lo permiten, en seis años. Y para antes del 2000 se ha comprometido a acabar con el servicio militar obligatorio en Rusia el candidato-presidente Yeltsin.Tras todos estos movimientos late un cambio de actitud de la sociedad, y especialmente de los jóvenes, hacia el servicio militar. No se trata, o no sólo, de una actitud de rechazo más o menos idealista hacia las funciones de los ejércitos, e incluso cabe pensar que es precisamente el cambio en las misiones tradicionales de las Fuerzas Armadas lo que ha determinado la nueva actitud social ante ellas. El objetivo más inmediatamente perceptible no es ya, en países como Francia o España, la defensa del territorio nacional frente a una eventual invasión extranjera -origen histórico del servicio obligatorio-, sino la intervención en misiones fuera de las fronteras del propio país: bien en operaciones de paz (Bosnia), bien en defensa de intereses más amplios (guerra del Golfo) o más limitados (intervenciones francesas en Africa). En ninguno de estos casos estiman en general los Gobiernos que se pueda enviar a soldados que no sean profesionales o, al menos, voluntarios; porque lo impide la ley, la tradición o la política.

Pero es que, además, los soldados profesionales son más eficaces. En el nuevo contexto europeo y mundial resultan más operativas las fuerzas profesionalizadas desde hace años, como las británicas, que en cinco anos han visto reducidos sus efectivos en un 25%. El debate sobre el coste del Ejército debe ponerse en relación con esa operatividad que permite reducir el número de efectivos. Hasta ahora, el debate versaba más bien sobre la idea de contribución ciudadana a la defensa, de acuerdo con la idea liberal de nación, considerándose la existencia de un servicio militar obligatorio y universal garantía última de la democracia. Al mismo tiempo se argumentaba que un ejército profesional atraería a sectores marginales, que buscarían en ese oficio una salida a su incapacidad para integrarse en el mercado laboral.

Esos argumentos han perdido parte de su validez en las nuevas circunstancias, pero han de ser tenidos en cuenta a la hora de articular el nuevo modelo. En Francia, la participación de todos los varones en el servicio militar fue, con la escuela, uno de los principales factores de socialización en los valores republicanos. Veremos qué otras instituciones cumplirán ese papel.

Incluso en un país como Alemania, que por razones históricas defiende a rajatabla el servicio militar obligatorio y cuenta con el mayor Ejército de Europa, la palabra profesionalización está dejando de ser tabú, en la sociedad y en círculos oficiales, especialmente en un contexto de recorte de gastos. Eso sí, en todo el debate, Alemania rechaza participar en las aventuras militares que se podría plantear Francia fuera de Europa. El ministro alemán de Defensa, Volker Rühe, quiere que se mantenga el Cuerpo Europeo de Ejército, pese a la profesionalización de la parte francesa, pero no quiere verlo convertido en un Afrikakorps. En fin, resulta bien significativo que, frente a la propuesta de Chirac, un diario tan representativo de la tradición liberal y republicana como Le Monde haya sugerido la conveniencia de un referéndum sobre la decisión.

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