Ay, Dios
Antes que nada voy a lanzar la adhesión inquebrantable. No sé si se han fijado ustedes, pero lo último que nos ha sucedido es la aportación genuinamente española al lenguaje políticamente correcto: antes de ponernos a criticar que si esto, que si lo otro, como nos gusta, es nuestra obligación moral solidarizarnos y hacemos mieles con todo colectivo que podría ofenderse si criticáramos que si esto, que si lo otro. Antes de divagar acerca de que Rodríguez Galindo vaya por Dios, debo dejar clara mi admiración sin límites hacia la Guardia Civil, y, siguiendo idéntico modelo, antes de decir que La Cosa entró anteayer como Atila en Madrid al trote de Imperioso, es mi deber señalar que: a) siento un respeto sideral hacia el Atlético de Madrid y sus seguidores; b) una devoción sin límites hacia los logros de los hunos en el sur de Europa, y e) un sincero aprecio hacia la raza equina en general, incluidos los ponis, que cuentan, además, con mi compasión, porque les han convertido en los bonsáis de su especie para que jueguen con ellos los niños tilingos.Dicho todo lo anterior, que se te lleva como mínimo media columna, pero aquieta las suspicacias, añado que, cuando oigo un rebuzno -aquí aclaro que he leído varias veces Platero y yo y que siempre lloro, en el sentido de que "hoy es un día de exaltación atlética" y de que "hemos conseguido una gran gesta", así como de que "le hemos echado muchos cojones", vomito. Y bien sabe el cielo del inconmensurable respeto que siento hacia el colectivo de los cojones.
¿Qué le está pasando a esta ciudad? ¿Por qué han sido elegidas unas autoridades, o lo que sean, capaces de sacar los fantoches a los balcones? ¿Dónde folgaban, el día de los hechos, el exquisito gusto y la profunda cultura del señor Ruiz-Gallardón, y el tiquismiquismo / evacuapilismo del señor Álvarez del Manzano?
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