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FERIA DE CÓRDOBA

Adormilados

Rafaelillo, que pese al nombre no es de Córdoba sino de Murcia, despertó del sopor a los espectadores y le cortó una oreja al primero de su lote, un novillo con poca fuerza y que pedía la muleta mandona de un torero.Curiosamente, y en una plaza donde la música se regala demasiado, en la faena no trabajaron los maestros músicos. El único que trabajó a destajo fue Rafaelillo que, en base a su buena técnica, buscó el mejor terreno al astado, sacándole pases donde nadie esperaba que los hubiera. El novillo terminó aceptando la pelea y en el trance final de la faena acompañó al torero al que le sobraron los excesos de valor. Remató con una gran estocada. Demasiado benévola la oreja.

Torrestrella / Castro, Vera, Rafaelillo

Novillos de Torrestrella, justitos de fuerza, nobles.Alejandro Castro: oreja; aviso y ovación. Rey Vera: aplausos y ovación. Rafaelillo: oreja y ovación. Saludó en banderillas José Agüero. Plaza de los Califas, 27 de mayo. 4ª corrida de feria. Un cuarto de entrada.

En el que cerró plaza estuvo porfión, también por encima de su enemigo, al que pronto se le apagó la embestida.

También los espectadores tuvieron la oportunidad de ver el excelente juego del Torrestrella que abrió plaza. Falsito, un negro mulato de 459 kilos, fue el que tuvo más fuerza de todo el festejo. Llegó con mucho son y alegría a la muleta. Embistió incansablemente, repitiendo al momento en que le reclamaba el torero. Alejandro Castro lo llevó una y otra vez en el mismo platillo de la plaza, incurriendo en el error de recortar el recorrido del animal. Al terminar la faena quedó la sensación de que Falsito podía haber brillado aún mucho más. Pero las limitaciones del novillero cordobés están ahí.

Rey Vera, que debutaba ante sus paisanos, tuvo una actuación muy apagada. Alargó mucho la faena donde faltaron siempre el temple y las buenas maneras. En el primero de su lote, al que salvó el presidente de volver a los chiqueros por manifiesta invalidez, Rey Vera lo intentó por ambos pitones. No había quien moviera el marmolillo, que sentó sus reales en los medios. A petición del público, ya que el torero no dejaba de insistir, tomó la espada. La satisfacción fue general. En el segundo de su lote realizó una faena muy encimista, sin temple y cercenando el recorrido del novillo. Otra vez estuvo interminable con la muleta. Los espectadores le recordaron que las faenas se terminan matando al toro y no aburriéndolo. El presidente, quizá adormilado, ni siquiera le avisó.

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