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Comerse el marrón

Los lamentos de los gobiernos entrantes ante la difícil herencia recibida de sus predecesores suelen ofrecer grandes similitudes sea cual sea su ideología política. En 1982, los socialistas declararon que el verdadero déficit de las Administraciones Públicas y de la Seguridad Social era bastante superior al declarado oficialmente por el Gobierno de UCD antes de entregar los poderes; Felipe González anunciaría también la inminente publicación (nunca materializada) de unas auditorías de infarto que probarían la defectuosa gestión de los centristas, responsable de forma culposa o dolosa del despilfarro aflorado. Ahora les toca el turno a los populares: durante la conferencia de prensa del pasado viernes, el presidente Aznar hizo suyos los ominosos presentimientos de algunos ministros sobre el desfase de medio billón en la Seguridad Social y otros agujeros de menor tamaño en Agricultura y RTVE. Sin embargo, la reducción del déficit de caja del Estado durante el primer cuatrimestre de 1996, un dato alentador difundido el pasado domingo por el Ministerio de Economía, debería contribuir a paliar el negro pesimismo del Gobierno Aznar.Las discrepancias y los malentendidos en torno al monto real del déficit presupuestario suelen nacer de errores de cálculo cometidos sin mala fe o de los distintos criterios aplicados por los expertos para su contabilización (así parece suceder con la diferencia de cuatro décimas al alza que separa a la Comisión de Bruselas de la Administración española). Sin embargo, los populares parecen inclinados a suponer que el anterior Gobierno falseó de manera intencionada la contabilidad pública para maquillar y adelgazar las cifras del déficit de 1995. Si los socialistas denunciaron al PP durante la campaña electoral por esconder un programa oculto de ultaderecha bajo las tranquilas aguas de su retórica moderada y centrista, los populares devuelven ahora la tarjeta de visita al PSOE con la acusación de haberles endilgado a sabiendas un déficit oculto.

Convencido probablemente de la veracidad de esa versión, Álvarez Cascos afirmó hace una semana que los populares no estaban dispuestos a comerse el marrón de las partidas imprevistamente afloradas que aumentarán el déficit de 1995. Dejando a un lado el sorprendente empleo del argot del hampa por el vicepresidente primero del Gobierno para criticar a sus adversarios (en el lenguaje carcelario, comerse un marrón significa confesarse autor de un delito), su airada negativa alimentaría parece constituir una forma indirecta de atribuir a los socialistas la responsabilidad dolosa del desfase presupuestario; sólo queda por saber si Álvarez Cascos pretende que los miembros del anterior Gobierno paguen solidariamente de su bolsillo los importes billonaríos del déficít.

Sin embargo, los maliciosos también podrían sospechar que el PP ha resuelto abultar las cifras rojas de las cuentas del Reino para agigantar así los obstáculos con que deberán enfrentarse los nuevos caballeros de la Tabla Redonda en su cruzada para sanear la economía española. Pero, a diferencia de 1982, cuando el debate en torno a las cifras presupuestarias tenía implicaciones casi exclusivamente nacionales y los socialistas sólo podían obtener ventajas políticas de abultar el déficit heredado, la denuncia por el presidente Aznar de la "delicada situación de las finanzas públicas" y los temores del vicepresidente Rato a las "obligaciones sin reconocer" del Estado se vuelven paradójicamente contra la estrategia del PP para cumplir los criterios de Maastricht. Si el Gobierno debe reducir el déficit al 3% sobre el PIB a fines de 1997 para que España pueda acceder a la primera velocidad de la Unión Europea, su arriesgada decisión de proclamar frívolamente, por meras razones tácticas de política interior, que el actual desfase presupuestario (acumulativo para el futuro) excede en un billón al declarado por el Gobierno saliente tendría como castigo hacer imposible el cumplimiento del objetivo europeo.

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