Sed utópicos, pedid normalidad
Cuando los revolucionarios de 1968 inventaron una de sus mejores divisas -"sed realistas, pedid lo imposible"-, reaccionaron contra una sociedad átona y sin sobresaltos y lo hicieron desde una actitud juvenil e iconoclasta. Existen ocasiones, sin embargo, en que una sociedad no necesita tónicos, sino más bien reposo y tranquilidad. Más de 13 años después del efervescente triunfo de los socialistas, que pareció acompañado de dosis masivas de ginseng, ahora la victoria del centro derecha recomienda más bien té y manzanilla o, lo que es lo mismo, el tratamiento de la normalidad. Harold Wilson cuenta en sus memorias que ya a los siete años empezó a desear ser primer ministro. Cuando se tienen tantas ganas como ésas de practicar el ejercicio del poder, no deben extrañar aterrizajes excesivos en verborrea declarativa, ingenuidades candorosas, imprecisiones programáticas e incluso melosidades en los ecos de sociedad. Viene a cuento todo ello a que parece ya llegada la ocasión para la ordenada administración de las cosas. Una poda en la burocracia parece necesaria; hablar de ella tras haberla magnificado hasta lo imposible no sirve más que para el desorden de los administradores. Un recorte presupuestario parece obligado, pero no lo es menos saber en qué, cómo y cuándo, porque, de no ser así, el ciudadano tendrá la sensación de que va a ser en las partidas que menos se hayan gastado, es decir, con irracionalidad. Nadie abominará del diálogo, incluso si se le suma el calificativo de permanente, pero conviene saber sobre qué y para llegar a qué fin. El verosímil estilo de gobierno de Aznar puede tener mejores éxitos en la silenciosa gestión que en las poco meditadas improvisaciones.González acierta cuando da al tono de su oposición un aire irónico y distanciado. Es el que le conviene y responde al ambiente. Sin embargo, este género de actitud va a estar perpetuamente amenazado del deseo de venganza de ese género de conversos que interpretan la vida pública como una sucesión de alaridos. Pero, para un comportamiento acorde con la normalidad, González tiene una espada de Damocles más amenazadora. Si no tuviera demasiada sangre tras de sí, se diría que el GAL no deja de amplificar sus repercusiones en el tiempo y en los cuerpos de seguridad como una mancha de grasa., Sobre ello González sigue sin ofrecer una explicación acorde con el sentido común, la lógica y la decencia.
La última invocación a la normalidad podría hacerse tras un breve paseo por la filosofía alemana. Decia Nietzsche que un político es un ser que sólo puede ver al otro como un enemigo o un instrumento. La única excepción a esta regla puede ser la de los periodistas, que tienen una relación tan complicada con la política que pasan de ser lo uno a lo otro con desmesurada velocidad. En España, a veces, aún hay mayor barroquismo: hay periodistas que quieren que los políticos sean instrumento contra sus supuestos enemigos en su misma profesión. Los nombramientos que ha hecho el Gobierno en los medios de comunicación públicos corresponden a un perfil de moderación y calidad profesional que no debiera mover a reparos. Quienes pretenden exhibir una hoja de servicios prestados o pasan, a toda velocidad, de la. más radical oposición a la beligerancia más cerrada, tras un cambio de Gobierno, merecen, de entrada, una sonrisa sarcástica.
Si no se palpara el ansia de normalidad en el ambiente, lo podríamos percibir en las encuestas. La del domingo, en este diario, testimonia el alivio ante un pacto que parecía improbable. No parece existir un entusiasmo desbordante y milagrero como el de 1982 -que fue acompañado por anécdotas chuscas como veraneos en el Azor-, pero sí un grado de expectativa confiada que reduce la oposición cerrada al Gobierno a sólo un 15%. Sobre esa base se puede edificar desde la normalidad un futuro, sin duda discutible. Pero de eso se trata también: de que las fuerzas políticas compitan en la normalidad democrática y no en la agonía del sobresalto diario.
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