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Tribuna
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A la tercera va la vencida

La nueva reordenación de la colección permanente del Reina Sofía ocupa ahora dos plantas. Mientras en el segundo piso está el arte español y su contexto internacional desde finales del siglo pasado hasta la II Guerra Mundial, en el cuarto se han dispuesto las obras desde esa fecha hasta la actualidad. Hay, pues, una primera parte de la que se deduce una interesante idea rectora: el arte español alcanzó un altísimo nivel en las décadas segunda y tercera del siglo XX, condicionando decisivamente el desarrollo de movimientos esenciales de la vanguardia histórica como el cubismo y el surrealismo. No es éste ya un discurso trágico, con la guerra civil como corte y culminación, sino otro más específicamente hístórico-artístico (y más homologable con el resto de Europa) que se presenta con una relativa autonomía respecto a los acontecimientos sociales y políticos.Desde las primeras salas se anuncia un modelo de organización museística que podríamos bautizar como relato nodal encadenado. Se trata de hilvanar una historia combinando ejemplos menores con la presentación puntual de piezas de gran coherencia y calidad. El resultado se parece mucho a un conjunto de pequeñas exposiciones monográficas (las podríamos llamar salas-nodos) unidas entre sí por otras obras conectivas que funcionan en el relato al modo de las partículas gramaticales.

Más información
José Guirao: "La colección el Reina Sofía da una visión completa del arte del siglo XX"

En la cuarta se percibe una curiosa simetría con la historia exhibida dos pisos más abajo: los tanteos figurativos de la posguerra, precediendo a la generación abstracta de los 50, parecen una réplica del modo como los avances posimpresionistas de principios de siglo anticiparon la obra de los pioneros de la vanguardia histórica. Se diría que el corte político-militar al que alude la división en dos partes de la colección es demasiado fuerte, y no parece todavía posible superar del todo esta herencia sociologista.

Muy buenas (aunque insuficientes) son algunas digresiones, casi siempre europeas, del contexto internacional. Estamos ante una extraña paradoja: pese a que el museo es reciente y las obras de nuestros contemporáneos son, en principio, más asequibles, nos parece que tienen más calidad y coherencia las salas históricas de la segunda planta que las actuales. Demasiados compromisos y poca audacia, tal vez. Bien está que figuren nuestros famosos realistas, con Antonio López a la cabeza, pero no creo que haya sido imposible adquirir en esta última década algunas instalaciones y documentos significativos del land art, performances o arte conceptual. También se echa de menos el diseño gráfico y la fotografía. La única sala alternativa, la de Zaj, pone el dedo en la llaga denunciando por dónde andan los puntos flacos del museo. Con esta ordenación parece cerrarse una primera etapa de tanteos, aunque nada esté definitivamente acabado.

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