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FERIA DE SAN ISIDRO

"No saben ná"

Benítez / Caballero, Chamaco, SánchezToros de José Benítez Cubero (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inválido), desiguales de presentación, inválidos. 3º de Pallarés, devuelto por inválido. Tres de Ortigao Costa: 2º, sobrero, con trapío, manso; segundo sobrero y 6º discretos de presencia e inválidos.

Manuel Caballero: estocada y descabello (palmas); estocada corta baja perdiendo la muleta (silencio). Chamaco: pinchazo, estocada corta escandalosamente baja, rueda de peones -primer aviso-, intentos de descabellar -segundo aviso- y dobla él toro (pitos); estocada corta caída perdiendo la muleta (silencio). Manolo Sánchez: pinchazo bajo, estocada corta tendida trasera y descabello) (ovación y salida al tercio); pinchazo bajo, estocada caída perdiendo la muleta y descabello (silencio).

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"A la corrida le ha faltado fuerza", dice Manolo Sánchez

Plaza de Las Ventas, 12 de mayo. 2º corrida de feria. Lleno.

La culpa del desastre de la primera corrida de la feria -toros inválidos, picadores sanguinarios, peones prendiendo banderillas por los costados, diestros torpes, espadazos donde cayeran, dos horas y media de función sin nada digno de resaltar, un aburrimiento insoportable- es de los veterinarios, de los presidentes y de los críticos. Los taurinos vienen propalando esta especie desde el contubernio de Los Alburejos para demostrar que la fiesta debe caer en sus manos: "Los veterinarios, los presidentes y los críticos no saben ná".

He aquí una figura típica que define muy bien la sabiduría popular: ver la paja en el ojo ajeno, no ver la viga en el propio. Los veterinarios no saben porque rechazan los toros buenos y dejan salir a la arena los malos; los presidentes tampoco, porque se fían de estos facultativos ignorantes; los críticos (no todos: algunos) aún menos, porque critican sin haber acudido a Los Alburejos como era su obligación, y eso que les ponían coche y les convidaban a una copa.

De tal guisa se pronuncian los taurinos, unánimemente; de donde se deduce que ellos saben mucho montando unas corridas donde los toros están tullidos y da pena verlos; una acorazada de picar los remata mediante alevosos puyazos traseros; las cuadrillas zascandilean por allí; los matadores no entran a quites así los aspen y son incapaces de aprovechar lo que reste de unas embestidas boyantes, y todo por junto queda convertido en un sórdido acontecer que no hay quien lo aguante.

"No saben ná" -los veterinarios, los presidentes, los críticos- mientras los taurinos son sabios y esta es razón suficiente para controlar ellos la fiesta. No exactamente a través de la autorregulación. Han cambiado la táctica. De los propósitos de autorregulación que anunciaron nadie da cuentas y dicen ahora que eso jamás lo plantearon los taurinos sino los que no saben por no haber acudido a Los Alburejos;' y sólo pretenden un marco legal en el que haya veterinarios, sí, y presidentes, de acuerdo, pero que conozcan su oficio. Y son exclusivamente los taurinos confederados quienes están en condiciones de decir quién sabe lo que se pesca.

Estamos en democracia, cualquier argumentación es válida, cada cual puede opinar como quiera, y por eso los aficionados (podrían añadirse los veterinarios, los presidentes y los críticos) tienen derecho a exigir, en justa reciprocidad, un marco legal que garantice la autenticidad del espectáculo y en el que no entren los taurinos incompetentes; los empresarios incapaces de ofrecer una corrida con todos los elementos en perfecto estado de revista; los criadores de esos toros podridos que ruedan por la arena; los varilargueros feroces desconocedores de la mesura y de las reglas del arte; los peones astrosos; los diestros arteros, pusilánimes e inhábiles.

De todo eso hubo en la corrida inaugural. Los espadas hicieron cuanto sabían y podían, que no fue mucho. Manuel Caballero -un detalle que enseguida se echara la muleta a la izquierda- no conseguía templar los cansinos movimientos de sus inválidos. Chamaco ligó algunos derechazos de buen fuste y luego se puso pesadísimo. Manolo Sán chez le corrió bien la mano al segundo sobrero -no tanto al inválido sexto- aunque lo hacía despegadillo y con el consabido recurso del dichoso pico.

La afición estaba soliviantada con la corrida que abrió feria. "Aún no asamos y ya pringamos". "La primera en la frente". "Tranquilos que sólo faltan 27". Ya es abuso estrenarse con unos toros absolutamente inútiles que doblaban las patitas, hocicaban desfallecidos o se desplomaban sin mayores miramientos. "La caída de los toros es un misterio insondable", aseguran los taurinos y, dicho esto, se consideran eximidos de responsabilidad. Los empresarios, los ganaderos, los toreros, los apoderados, los gacetilleros áulicos, son inocentes, al parecer. Culpables, los veterinarios, los presidentes y los críticos, que no saben ná.

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