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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nadie gana

Lo IMPENSABLE ha sucedido en la India. No ya que el partido del Congreso, el creador de la India independiente, haya perdido en unas elecciones, sino que ha quedado en tercer lugar, detrás de formaciones que no existían o eran insignificantes hace unos años. No sólo ha sido derrotado el Congreso, y su líder, Narasimah Rao, se ha convertido verosímilmente en un cadáver político, sino que el sistema mismo muestra unos síntomas de descomposición que amenazan con hacer del partido de Nehru y de su hija, Indira Gandhi, una fuerza casi externa a los tiempos que se avecinan. El resultado es el peor imaginable para una India que se debate en el fraccionalismo comunitario y los peligros secesionistas. El vencedor, con unos 175 escaños sobre un total de 545, es el Baratiya Janata (BJ), que se opone a la idea secular del Estado encarnada por el Congreso en favor de una versión religioso-hinduista de la India. El partido BJ sólo tenía dos escaños en 1984. En segundo lugar aparece el frente izquierdista la Alianza, de novísima creación, con cerca de 150 puestos, y por último, el Congreso, con poco más de 130. El centenar que resta se reparte entre partidos regionales y escisiones diversas a las que tan adepta es la política india.

Con ese Parlamento, que los propios comentaristas locales califican de italianizado, el Baratiya experimentará extremas dificultades para formar Gobierno. De otro lado, la Alianza y el Congreso lo tendrían más fácil uniendo sus fuerzas, pero con el fracaso de Rao no se ve claro quién de la coalición izquierdista podría aspirar a la jefatura de Gobierno.

Pero lo esencial de estos resultados es su carácter aparente de fin de reinado. Es cierto que el Congreso ya perdió en una ocasión las elecciones, lo que le alejó durante cuatro años del poder -de los 49 que tiene la India como nación independendiente-, pero lo hizo ante una coalición basada en una escisión del propio partido, y siempre fueron evidentes sus posibilidades de recuperar el poder, como así ocurrió. El hecho de que Indira Gandhi resultara derrotada incluso daba más credibilidad al sistema casi dinástico de la familia Nehru. Esta derrota es muy distinta.

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No ha ganado nadie, pero los que más cerca están de haberlo logrado son el verdadero negativo de todo lo que significa el Congreso. La Alianza está formada en buena parte por antiguos miembros del Congreso, y está claro que a medio plazo constituye la más grave amenaza para este partido, que además carece hoy de líder para iniciar una penosa travesía del desierto. ¿Será preciso que el Congreso esté dirigido siempre por un Nehru-Gandhi para tener éxito en las urnas, con todo lo que ello comporta de clientelismo familiar? Y en este caso, ¿qué Gandhi queda para la su cesión?

El último gobernante de la dinastía fue Rajiv Gandhi, asesinado en 1991 en vísperas electorales, y se ha presentado en diversas ocasiones como viable la alternativa de su viuda, Sonia, o incluso la de los hijos de ambos. La señora Gandhi parece reacia a arrojarse como un icono a la batalla electoral, y los dos descendientes son aún muy jóvenes. Podría haber terminado así la hegemonía de una familia en la gobernación de la India, pero quizá también la de un partido. A ello apuntan los resultados de estas elecciones en la democracia más poblada de la tierra, con sus más de 800 millones de habitantes. Un gigante hoy sin rumbo.

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