Mandela se queda solo
LA RETIRADA ayer del Partido Nacional de Frederik de Klerk del Gobierno de Unidad Nacional, presidido por Nelson Mandela, supone el fin de la transición consensuada desde el ominoso régimen de discriminación racial del apartheid a un sistema democrático y multirracial para Suráfríca. No se trata tan sólo del punto final de una coalición gubernamental, sino de algo más serio e inquietante, puesto que el argumento empleado por De Klerk y los suyos para pasarse con armas y bagajes a la oposición a Mandela y su Congreso Nacional Africano (ANC) es que la Constitución aprobada el pasado miércoles, establece un sistema de rodillo parlamentario peligroso para los intereses de las minorías, que en Suráfricano son sólo políticas, sino esencialmente étnicas y raciales.Una brecha, ciertamente mucho menos dramática que en el pasado, vuelve a separar al Partido Nacional, la principal fuerza política de la minoría blanca, del ANC de Mandela, hegemónico entre la mayoritaria población. negra. No es una buena noticia para la Nación del Arco Iris deseada por Mandela, ni tampoco para la comunidad internacional. La transición surafricana suscitó la admiración de los demócratas de todo el mundo por su carácter negociado y relativamente pacífico, y Mandela y De Klerk fueron premiados por ello con un premio Nobel de la Paz conjunto. Todo comenzó cuando De Klerk, el último presidente blanco del apartheid, liberó a Mandela, el más veterano prisionero político de África. Ambos dieron luego conjuntamente los pasos que llevaron, hace ahora dos años, a la celebración de las primeras elecciones libres y multirraciales en Suráfrica. Las ganó ampliamente el ANC y Mandela fue nombrado presidente, pero en prueba de su voluntad de reconciliación y en el interés de un país que necesita los capitales y conocimientos de los blancos, éste nombró vicepresidente a De Klerk. El ANC y el Partido Nacional han trabajado juntos en los dos últimos años y hasta han aprobado conjuntamente la nueva Constitución, merced a un acuerdo de último minuto.
Ahora los dos campos están de nuevo separados, aunque bajo el amparo de una Constitución que prohíbe expresamente todo tipo de discriminación, así como la apología de la misma, y suprime la pena de muerte. Si Suráfrica no fuera un complejo y frágil mosaico de pueblos y no tuviera una historia tan terrible como la escrita por la colonización. blanca y el apartheid, el divorcio unilateral decidido ayer por el Partido Nacional no sería dramático. Podría decirse que es incluso lo saludable al final de cualquier período de transición: la mayoría debe gobernar y la minoría oponerse. Así quiso ayer el presidente Mandela que fuera interpretada la noticia. Esa decisión, dijo, "refleja el hecho de que el Partido Nacional reconoce que nuestra democracia ha llegado, a la madurez y necesita una oposición vigorosa". En un mensaje dirigido a sus socios occidentales y a los mercados financieros internacionales, Mandela añadió que la ruptura de la coalición no supondrá el abandono de la política de ortodoxia en materia de lucha contra el déficit y la inflación desarrollado en los dos últimos años por el Gobierno de Unidad Nacional.
Pero el propio Mandela había declarado, poco antes de que se produjera, que el divorcio sería "lamentable". Lo es, y más aún si se piensa que el tercer socio de la extinta coalición gubernamental, el Partido de la Libertad Inkatha, muy influyente entre la minoría zulú, la ha abandonado de hecho desde hace tiempo al lanzarse a una política de acciones violentas en la región del Kwazulu-Natal y no participar en los debates de la Constitución. Los problemas de una Suráfrica que en estos momentos sigue cohesionando la extraordinaria personalidad de Mandela -creciente descontento entre los negros por la dramática situación social y económica, núedo también creciente de los blancos por el porvenir, una criminalidad que es la más alta del mundo y el problema zulú- afloran ahora con fuerza. La mayor suerte para Suráfrica sería que Mandela pudiera seguir dirigiendo sus destinos unos años más, los suficientes para que, entre otras cosas, el pase a la oposición del Partido Nacional no tuviera otras consecuencias que las normales en una democracia parlamentaria.
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