Núremberg 96
TRES AÑOS después de su creación por la ONU, el tribunal internacional para crímenes de guerra cometidos en la antigua Yugoslavia comenzó ayer en La Haya su primer juicio. Al acusado, el miliciano serbobosnio Dusan Dusko Tadic, guardián en el verano de 1992 del campo de prisioneros de Omarska, se le atribuyen varios casos concretos de torturas, asesinatos y violaciones contra civiles croatas y musulmanes. Este juicio, el primero de este tipo desde los de Núremberg y Tokio, puede y debe ayudar a terminar con la impunidad de la que han disfrutado los que cometieron crímenes contra la humanidad en la antigua Yugoslavia. Y puede y debe, además, abrir un nuevo ciclo en la persecución y condena de este tipo de delitos en todo el mundo. El hecho de que Tadic fuera detenido en 1993 cuando, visitando a un hermano refugiado en Alemania, fue reconocido por la calle por algunas de sus víctimas en Omarska, da prueba de la principal debilidad del proceso internacional contra los criminales de guerra en la antigua Yugoslavia. A la espera de que se repitan nuevas casualidades, Radovan Karadzic y Ratkio MIadic, los líderes político y militar, respectivamente, de los serbobosnios, siguen atrincherados en el feudo que le reconocieron los acuerdos de paz de Dayton. Los soldados de la OTAN, integrados en IFOR, tienen ocasión de verles y hasta de charlar con ellos, pero afirman que no pueden cumplir la orden de búsqueda y captura emitida contra ellos por el tribunal de La Haya porque no forma parte de la misión que les ha sido encomendada.
Ello refleja la contradicción existente entre los intereses de la política -conseguir la colaboración de estos personajes en la pacificación de Bosnia- y los de la justicia -materializar su puesta a disposición del tribunal-. Se trata, sin embargo, de una contradicción coyuntural. A medio y largo plazo deben prevalecer los intereses de la justicia, porque son también los de la política. Si la comunidad internacional quiere evitar la repetición de crímenes, como los cometidos en nombre de la limpieza étnica, Tadic no debe ser el único que se siente en el banquillo de La Haya.
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