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Una exposición recupera las obras maestras del movimiento futurista italiano

El Museo Picasso de Barcelona acoge unas 180 piezas de los creadores del grupo

"Un automóvil de carreras con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo... un autómovil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia". Esta frase, la más famosa del Manifiesto del futurismo, que firmó en 1909 Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), resume la ideología de este importante movimiento vanguardista de principios de siglo. El Museo Picasso de Barcelona inauguró ayer una exposición que reúne, por primera vez en España, los trabajos de los principales representantes del primer futurismo, el que se desarrolló entre 1909 y 1916, desde Boccioni a Balla pasando por Severini, Carrà y Russolo.

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La obsesión de la modernidad

La palabra futurismo aplicada a las artes la utilizó por primera vez el literato mallorquín Gabriel Alomar en 1904, si bien fue Marinetti quien, en 1909, internacionalizó el término otorgándole un sentido más amplio. El movimiento tuvo ramificaciones en la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura, la música y el teatro. Bebió de otras vanguardias, como el cubismo o la abstracción, y estuvo en el origen de otras, como el dadaísmo. La exposición del Museo Picasso, coordinada por su directora, María Teresa Ocaña, se centra en los aspectos plásticos del movimiento, y más concretamente en los artistas que firmaron, en 1910, el Manifiesto de los pintores futuristas: Carlo Carrá (1881-1966), Umberto Boccioni (1882-1916), Luigi Russolo (1855-1947), Giacomo Balla (1871-1958) y Gino Severini (1883-1966).

Antes del fascismo

El futurismo fue uno de los movimientos más rupturistas y provocadores de principios de siglo. Sus premisas básicas eran la exaltación de la velocidad, la agresividad, el movimiento y las máquinas; en definitiva, una fe ciega en el pro greso técnico y un odio feroz contra todo lo que significara mirada nostálgica al pasado.

La exposición se centra en los primeros años del movimiento, los más fértiles y vanguardistas, cuando el futurismo no se había asociado todavía con el fascismo. "Durante muchos años, el futurismo ha sido un movimiento muy mal visto por su vinculación al fascismo de Mussolini, que fue posterior a 1916, fecha en la que acaba esta exposición" comenta Ester Coen, responsable científica de la exhibición.

"Ahora ya no existe este problema. Desde hace 20 años, los estudios le han colocado en el lugar que le corresponde, entre las vanguardias de este siglo, pero, de todas formas, esta mala prensa ha sido la causa de que muchas de las obras maestras del movimiento salieran de Italia. Por ejemplo, a finales de los años cincuenta, cuando la familia de Marinetti intentó vender su colección no encontró comprador en Italia y todo acabó en museos estadounidenses".

La exposición, que estará abierta hasta el 21 de julio, consta de 65 óleos, 35 dibujos y unos ochenta documentos -cartas, fotografías y libros- entre los que hay una amplia representación de manuscritos de Marinetti. Las obras provienen de museos y colecciones privadas de Italia, Suecia, Holanda, Alemania, Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Suiza.

Para Ester Coen, la exposición tiene un doble objetivo: por una parte, mostrar la relación entre el futurismo y las otras vanguardias de este siglo; por otra, presentar la evolución y características de los diferentes pintores. Los artistas futuristas, influidos en parte por el cubismo, utilizaban recursos como la repetición de gestos o figuras para simular el movimiento o la velocidad, la descomposición de imágenes para representar la expansión del espacio y de la luz, y la omnipresencia temática del automóvil y de la ciudad como símbolos de la modernidad.

Entre las obras emblemáticas del movimiento que pueden verse en la exposición destacan La carcajada (1911) y la serie los Estados de ánimo, de Boccioni; Funeral del anarquista Galli (1911), de Carrà; Luz (1909) y Niña que corre en un balcón (1912), de Balla; La música (1911), de Russolo, y El tren de los heridos (1915), de Severini.

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