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Vicios de lectura

Vicente Molina Foix

Tengo dos amigos en polos opuestos. El primero, un filósofo que ustedes leen con frecuencia en estas páginas, es un devorador de prensa escrita, aunque en él ese hambre que se le despierta todas las mañanas va acompañada de una bulimia por lo escrito en libros, lo filmado en película, lo grabado en disco, y hasta lo cabalgado en tierra lisa. Digamos que mi Amigo Primero es un hombre de apetitos. El segundo es un músico del que ustudes han oído hablar mucho y escuchado menos, porque su obra ha estado siempre en la vanguardia que ya se sabe, en las prometedoras palabras de nuestra nueva ministra de Cultura y Buena Educación que tiene "menos aceptación popular". Este Amigo Segundo se hizo un día una promesa que no ha roto. Dejaría de leer sistemáticamente los periódicos, todo periódico, todos los días. El amigo filósofo me decía hace una semana con un lamento poco creíble que había días en que la mañana se le iba leyendo prensa, y cuando quería ponerse a lo suyo ya era la hora del aperitivo, que por nada del mundo, ni siquiera por algo de EL PAÍS, está dispuesto a sacrificar. El amigo músico está muy informado de todo cuanto ocurre, aunque no siempre de las mismas cosas y nunca del mismo modo que usted y que yo, pues él se guía por la radio, el teléfono y algo, poco, por la televisión. Los dos viven felices. Les quiero por igual, y a ambos les envidio. Al primero, entre otras muchas cosas, por encontrar el tiempo de leer todo ese ramillete de flores de papel que dura un día sin descuidar la lectura de otras flores del bien y del mal más duradero, y tampoco su obra, que es importante y vasta. Al segundo por su despojamiento de las vanidades más efímeras, por estar en el mundo sin tener cada 24 horas que atravesarlo y mancharse (de tinta) las manos. Y es que, digámoslo ya, todo lo relacionado con el periodismo huele a vicio. No sé ustedes, pero yo, sin llegar a los extremos del Amigo Primero, no puedo pasarme -ahora que nos prohiben la melatonina- mi ración diaria de periodina: dos rotativos nacionales y uno regional, aparte de las revistas semanales, mensuales y el periódico de mi barrio, que es un vicio menor. Y encima, ya lo ven, contribuyo al engorde de la sustancia aditiva con mi granito de arena. ¿Feedback? Más bien creo que esto mío -y de otros- es estar a pela y a pluma, o, dicho de otro modo, darle al input y al output.

Porque una cosa es mantenerse informado, tendencia que les supongo a todos ustedes, y otra muy distinta no poder estarse quieto, esté uno donde esté, sin desayunarse un periódico con tostadas, ni irse a la cama, solo o en compañía de otros, sin haber agotado la dosis periodínica cotidiana. (En esto procuro estar al día, y no como un amigo, un tercero, que va amontonando los restos del día periodístico que no le da tiempo a leer con la sana intención de hacerlo en un puente o una vida futura. Aún va, por cierto, por la detención laosiana de Roldán, pero no quiere que yo le cuente el final).

Ahora bien, al margen de los extremos representados por mis amigos Primero, Segundo y Tercero, creo que la razón de la perdurabilidad de los periódicos y nuestra necesidad viciosa de ellos es de índole novelesca. El diario bordea siempre el kitskh, porque por necesidad refleja y se alimenta de la injusticia, el crimen, la mentira, el titular, la corriente marcha del mundo, que como sabemos, es de mal gusto. Leer esos, "bocados de realidad" es un acto de tremendismo, pero la mediación escrita, por muy sensacionalista que sea el medio, siempre actuará de paliativo reflexivo, en comparación con el mal gusto servido por el bocero de una tertulia o el locutor de un telediario. Complementariamente, el que hoy el poeta, la novelista, el pensador más exquisito, comparezca tanto con su pluma de oro en los medios, no tiene por qué enemistarle con la auténtica promesa artística, como decía Cyril Connolly, sino que constituye una manera de liberar la difícil tensión entre el decir informativo y el insinuar narrativo a través de una escritura inmediatamente comunicativa. Sabemos que la vida es una novela, no siempre buena, pero todos, a uno y otro lado del espejo puesto en el camino, queremos salir en su trama o al menos seguirla. Aunque tenga escenas desagradables y el final esté cantado. (Dicho en corto y con prisa: feliz cumpleaños, periódico que leo y en el que me veo).

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