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El fin del empleo

Puede que la situación nueva y más desconcertante con la que los países industrializados parecen destinados a enfrentarse en los próximos años sea lo que un sociólogo estadounidense, Jeremy Rifkin, ha denominado el "fin del empleo". Naturalmente, no existe un acuerdo general sobre las tesis de Rifkin. Sin embargo, podemos entenderlas como indicaciones de una tendencia, que tal vez se vea contrarrestada por el desarrollo de empleos, no ya productivos, sino, por emplear un término aproximado, "sociales": aquellos que hasta hace algún tiempo se colocaban en la categoría del sector terciario, pero con una característica acentuada de servicio social más que de apoyo a la producción. También el sector terciario tradicional, que solía estar ligado a la producción de objetos -a través de una serie de actividades auxiliares, de organización, de publicidad, etcétera-, está destinado a disminuir en importancia, y la producción propiamente dicha de mercancías, objetos y bienes tangibles se reducirá aún más, al menos en cuanto al trabajo humano necesario para obtenerlos.El hecho es que la innovación tecnológica, que se ha acelerado cada vez más en los últimos años, hace superflua una gran parte de la mano de obra actualmente empleada en la industria de fabricación, pero también en los servicios, como por ejemplo en la actividad financiera; recientemente, por ejemplo, alguien ha calculado que en los bancos italianos existe un exceso de plantilla de aproximadamente el 30%.

En la base de esta tendencia actual hacia el fin del empleo hay dos hechos bien visibles y diferenciados: la innovación tecnológica, que reduce la cantidad de mano de obra necesaria para todas las producciones tradicionales y para numerosísimos servicios, Y la competencia de terceros países -sobre todo del sureste asiático- donde el trabajo cuesta menos y adonde muchas empresas occidentales trasladan una parte cada vez más significativa de su producción.

Estos dos hechos pueden interpretarse también como puros fenómenos coyunturales, es decir, pasajeros: por ejemplo, bastará, que la evolución social de los terceros países lleve a una sindicalización más marcada y obligue: a las empresas a afrontar costes mayores en dichos emplazamientos para que la situación se reequilibre a favor de las industrias occidentales. Es posible- alimentar esperanzas análogas en cuanto a la mano de obra que la innovación tecnológica ha hecho superflua: puede pensarse que sólo se trata de inventar otros sectores de empleo y reestructurar la producción, por ejemplo, creando un nuevo tipo de mercancía que tenga la misma capacidad de arrastre que ha tenido el automóvil desde principios de siglo hasta nuestros días. Alguien ha pensado -por lo demás, con buenas razones- que una mercancía nueva similar, capaz de actuar como el automóvil y suponer un punto de inflexión para toda la economía, podría ser la electrónica y los ordenadores personales. Pero esas esperanzas se enfrentan al hecho de que esas mercancías son también las que, al difundirse, reducen la demanda de mano de obra: de hecho, como muestra un vistazo a la trayectoria de las empresas informáticas estadounidenses productoras de equipo físico y soporte lógico, la industria electrónica es un sector donde, de, forma marcadísima, la expulsión del mercado de la fuerza laboral es más intensa que en otros. Los empleados de Bill Gates se quedan poquísimos años en Microsoft, tras lo cual son demasiado viejos para ser útiles y son despedidos. Es cierto que una parte vuelve a encontrar empleo en una pléyade de empresas más pequeñas también vinculadas a la electrónica, pero muchos son despedidos y punto.

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En cualquier caso, lo que realmente no parece coyuntural sino estructural es que, en el futuro, la cantidad de trabajo humano necesaria para hacer funcionar la máquina del mundo está destinada a reducirse; y que, como corolario, el trabajo que todavía esté disponible ya no tendrá el carácter estable y definitivo al que estamos tradicionalmente acostumbrados. Aquellos de nosotros que todavía trabajen se parecerán cada vez más a los empleados de Bill Gates, que permanecen en la empresa durante cinco o seis años y después se marchan paria empezar una y otra vez carreras diversas y siempre precarias.

Los economistas y sociólogos, como he señalado, no están todos de acuerdo sobre la verosimilitud de este panorama. Sin embargo, aunque sólo sea por la parte de verdad que contiene, trae a la mente un problema al que es difícil escapar: ya sea porque realmente estemos destinados a trabajar cada vez menos, ya sea porque estemos destinados a dedicarnos a tareas cada vez más inestables -es decir, a cambiar de profesión y condición social varias veces en la vida-, lo que faltará en un futuro bastante próximo es ese factor central de identificación que es precisamente el trabajo. Una de las más hermosas páginas de la filosofía occidental es la de la Fenomenología del espíritu, donde Hegel, hablando de la formación de la conciencia de sí mismo en el conflicto entre amo y siervo, atribuye justamente al trabajo, la función de formar la conciencia del siervo para hacerle capaz -y, más aún, digno- de derribar su propia condición de esclavo y afirmarse como sujeto libre y como interlocutor de pleno derecho del amo. Lo que confiere al trabajo esta extraordinaria función educativa es el hecho de poner al sujeto en una relación concreta de conflicto, pero también de, diálogo, con un material externo al que da forma fatigosamente a la vez que se modela a sí mismo. Muchas teorías -como la de Marx y posterior-, mente la de Gramsci- sobre la legítima pretensión de la clase obrera de convertirse en clase dirigente se basan precisamente en esa idea hegeliana del poder formativo y educativo del trabajo. Pero también fuera de las evoluciones marxistas del hegelianismo puede decirse con bastante credibilidad que toda la idea occidental de la Bildung contiene como elemento base la referencia a una autoformación que se realiza al formar un material externo. El término alemán Bildung, por lo demás, está relacionado con el modelado y la construcción; pero también el latín educare, aunque algo menos directamente, evoca el trabajo, porque alude a la idea de hacer madurar una planta, y por tanto, el trabajo agrícola (la cultura, por lo demás, está estrechamente relacionada con la agricultura ... ).

¿No. podría pensarse que muchos fenómenos de anomia social que hoy afligen a nuestra sociedad, empezando por la delincuencia juvenil, podrían estar ligados a la disminución de ese factor educativo central que es el- trabajo? El desempleo no sólo tiene que ver con la delincuencia porque quien no trabaja intenta obtener dinero mediante actividades ilegales. La relación es más profunda y esencial: sin trabajo no se educa a las personas para mantener una relación correcta con los demás, y falta la dialéctica de la conciencia de sí mismo de que hablaba Hegel.

¿Qué podría sustituir al trabajo como base de la construcción de la personalidad? Nos encontramos aquí en una situación análoga a la que se produjo con la disminución de la fe en la verdad como objetividad. Hoy, pocos creen que una proposición verdadera sea aquella que refleja objetivamente las cosas, cada vez más se considera verdadero lo que es argumentable ante una comunidad de expertos. Es decir, la intersubjetividad ha sustituido a la objetividad. ¿No podría también ocurrir algo similar con el "fin del empleo"? Lo que tenemos que inventar -y no es tarea fácil- es una formación de la conciencia de uno mismo que ya no necesite el esfuerzo de formar una materia; y sobre todo, que no tenga que pasar necesariamente por el conflicto entre señor y siervo. Sin embargo, todavía estamos bastante alejados, incluso conceptualmente, de la invención de una posibilidad así.

Gianni Vattimo es filósofo italiano.

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