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DEBATE DE INVESTIDURA.

Aznar pasa página y se ata al centro

El líder del PP construyó un discurso autonomista y exento de reproches a los anteriores Gobiernos

Algo más que página ha pasado el centro-derecha español. José María Aznar, líder del PP y candidato a la presidencia del Gobierno, pasó ayer la biblioteca entera, escrita desde junio de 1993 y plagada de capítulos bruscos y crispados. El centro se hizo carne y se instaló en la tribuna del Congreso para ofrecer un programa de gobierno con un tono que admiró a la mayor parte del hemiciclo, exento de la más ligera arista que pudiese producir un escozor en las heridas del pasado más reciente.El atrevimiento político de Aznar -sin duda, espoleado en las últimas semanas por Jordi Pujol y Xabíer Arzalluz- le llevó a pronunciar un discurso exento de un solo tic de los habituales en la derecha española. Más aún, el candidato saltó incluso por el tabú más tradicional, las Fuerzas Armadas, a las que se refirió como un aspecto más, de su política exterior. Ni un adjetivo hueco o gratuito. La preocupación central del candidato fue el Estado autonómico. A, ese asunto dedicó lo más amplio de su discurso y la lógica parlamentaria más elemental situó por la tarde a Felipe González en la misma línea: apenas alguna leve ironía para recordar actitudes crispantes del pasado y garantizar a Aznar que él hará un "esfuerzo para eliminar" los modos de estos últimos años en la política española.

"No me va a oír decir nunca 'váyase señor Aznar'". Con esa frase sintetizaba González su respuesta a la declaración del fin de Ias hostilidades que de manera tan contundente y explícita había recorrido todo el discurso de Aznar.

La corrupción

Los reproches de González fueron técnicos, pero no políticos. Trató de acorralarlo preguntándole por el coste del pacto autonómico, pero Aznar tiró por la calle de en medio y simplemente no respondió.

El manto de sosiego que parece haber envuelto la confrontación política lo vistió Aznar con tal convencimiento formal que dejó a Julio Anguita el campo libre para trotar por los prados calcinados de gales, filesas, corrupciones y hasta crímenes de Estado que el líder de IU llevó a la tribuna. El propio Aznar lo admitió más que paladinamente cuando le dijo a Anguita: "Usted ha hecho más referencia que yo a la herencia".

La estrella política de la anterior legislatura, la corrupción, se pagó de pronto en un prudentísimo eufemismo en boca de Aznar: "Fenómenos preocupantes y algunas conductas graves que han causado en los últimos años un gran año a nuestra democracia". Pero la única vez que el candidato a la presidencia usó la palabra corrupción fue para alertar y enunciar el propósito de "combatir el riesgo de la corrupción". Las acusaciones del pasado se habían convertido en una clamorosa advertencia de futuro.El futuro fue, exactamente, el norte que orientó el discurso de Aznar. El texto estuvo en las antípodas del engolamiento y sólo sobrevaloró dos pilares para declararlos, con cierta solemnidad, "irreversibles" e "irrenunciables": los objetivos para alcanzar la convergencia que exige Maastricht, con lo que delineaba de un solo trazo el rumbo de la política económica y lo que el candidato popular calificó como "el acierto de diseño del Estado de las autonomías".No sólo no hubo reticencias, tan habituales otrora, hacia las nacionalidades y regiones, sino una asunción plena de esa realidad constitucional para declararse su más ferviente impulsor. El freno lo colocó frente al discurso de Anguita en la posibilidad de un Estado federal: "Me voy a oponer a esa reforma" constitucional a la que Anguita había invitado.

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El líder de IU-IC subió a la tribuna blandiendo el arma que se esperaba: Maastricht. Anguita transmutó el Tratado en garrote y con él repartió mandobles a la política económica de Aznar, acusándola de puramente continuista y augurando para nuestro país toda clase de sinsabores si se pretenden lograr los criterios de convergencia que exige el Tratado de la Unión Europea.

Las críticas de Anguita

Anguita, ayer más que nunca, provocó desde la tribuna un alud de datos que, relativamente pronto, acabaron por aplastar la atención de sus oyentes. En su intervención dibujó un panorama socioeconómico de tintes muy oscuros y no dudó en recurrir a informes de la archidiócesis de Madrid o de la diócesis de Barcelona para cargar las tintas sobre las bolsas de pobreza que anidan en nuestra sociedad. Ni el Rey se salvó de la crítica cuando Anguita le reprochó su discurso en favor de la integración de España en la nueva estructura militar de la OTAN.

De la declaración tajante de enfrentamiento político, la Cámara pasó al idilio y al piropo. Joaquim Molins, por parte de CiU, e Iñaki Anasagasti, en nombre del PNV, cubrieron a Aznar de elogios impensables hace apenas ocho semanas. Uno y otro se vieron en la necesidad de recordar lo evidente. Molins habló de la dificultad de un acuerdo, "del que no existen precedentes" por "Ias diferencias de fondo y por las duras relaciones mantenidas en el pasado más inmediato". Anasagasti fue más explícito: "A nadie se le oculta que veníamos de un largo y profundo desencuentro histórico" y llegó a decir que la divergencia política entre el nacionalismo vasco y el PP "se había convertido en enemistad personal".

Por eso mismo, Molins aseguró que Aznar "ha demostrado visión de Estado y valor político" y que ha emprendido "el camino más valioso" que podría "cerrar históricas fracturas". Anasagasti no anduvo parco en el elogio: "Usted, señor Aznar, ha demostrado saber remar contra corriente y remontar con tenacidad obstáculos importantes".

Los dos le exigieron el mantenimiento del Estado de bienestar, algo que Aznar ya había garantizado de manera muy explícita en su discurso programático.

Piropos y garantías harán que hoy, a primera hora de la tarde, el líder del PP se convierta en el presidente del Gobierno español y ponga fin a 13 años de mandato socialista.

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