El factor rubio entra en el hemiciclo
"Nunca se vio en el Parlamento tanta esposa por metro cuadrado"
Lo malo de las jornadas históricas es que no sabes qué ponerte. Y ésta todavía es peor, porque son dos jornadas y dos históricas, y no está una para presentarse con lo mismo, especialmente ahora que empieza a haber tanta competencia rubia en el hemiciclo y tanta leona profunda acodada a la tribuna de invitados, como, por ejemplo, la última novia de Álvarez Cascos, cuyo nombre todavía no me he aprendido, porque estoy concentrada en los nuevos mandos y sus legítimas -"Nunca se vio en el Parlamento tanta esposa por metro cuadrado", rezongaba un colega-, que ya es tarea.La espectacular melena de la susodicha joven, recién incorporada a la iconografía capilar de los populares, convierte a la Tocino en una especie dé extra de La lista de Schindler. Debo decir, sin embargo, que la futura señora del inminente ministro de la Presidencia sí se presentó con un modelo ya visto: el amarillo rabioso que lució en la Feria de Sevilla. Pero para eso hay que tener buena cuna. Las que carecemos de ella siempre nos sentiremos en la obligación de estrenar algo en las jornadas históricas.
La verdad es que estaba la tribuna de invitados como para cubrir las barandillas con mantones de Manila, y que sus señorías, a mitad del discurso/ adormidera, elevaran su semblante hacia lo alto y les brindaran el medio valium siguiente.
Había en el hemiciclo y sus aledaños, ayer, además del efecto tranquilizante -literalmente- que transmitían los no crispados discursos, una especie de melancolía en las filas socialistas, esa sensación de que por fin han interiorizado el cambio de bancos, y eso les daba una entrañable cercanía.El tono de Felipe González cuando, después del discurso de Aznar, llegó a la zona privada del Gobierno clamando por un cigarrillo, o la sonrisa con que Pedro Solbes admitió que la intervención de quien hoy será investido presidente había resultado tan aburrida como las suyas -"pero en multiministerial", según le dijo un compañero socialista- resultaban tan, pero tan humanos. Incluso Narcís Serra, que cree que tiene sentido del humor, se permitió comentar que los populares harían bien en darle vitaminas a su jefe, para animar sus parlamentos. La más completa, una vez más, fue Carmen Alborch, a quien se le despistó la escolta y tuvo que ponerse a buscarla, y eso que hasta el domingo por la noche no les dan la baja.
Alborch, Soledad Becerril, Rosa Conde y Cristina Narbona -espectacular minifalda- formaban piña en la cafetería -lugar de pecadores y perdedores- con la diputada socialista por Jaén Carmen Calleja, que exhibía, entre el final de los pantalones y el principio de los zapatos, la sorprendente tentación de unas medias de encaje como de sex shop. Mientras, Celia Villalobos, que debe de haberle dado duramente al pescadito frito porque apenas cabe en su tailleur naranja, se besuqueaba en plan colega con los chicos de su partido.Si los respectivos alardes de respeto que se dedicaron los diferentes oradores inducían a la modorra, animaba el cotarro el hecho diferencial representado por las personalidades que, en calidad de forofos, asistieron a la sesión Álvarez del Manzano y señora, sentados detrás de José Bono -por suerte, la importante cabeza de este último quedaba neutralizada por la disposición de, los asientos-, dieron el puntito municipal, y Ana Botella, que se llevó en la puerta una ovación superior a la que recibió al presidente entrante, y no digamos ya la del saliente, realzó con su presencia el acto. También aportó un toque encantador a la par que juvenil la presencia de José María Jr., un prometedor adolescente que, por la mañana, acudió al Congreso recién duchado, como quien dice, y con el pelo al agua parecía su propio padre antes de centrarse el flequillo, hasta el punto de que varios informadores estuvieron a punto del paralís. El muchacho, que lucía blazer azul marino con botones dorados, prestó atención no sólo al discurso paterno, sino también al de González, lo cual es más de lo que hicieron muchos de los diputados populares.
El propio Rodrigo Rato no se privó de bostezar sostenidamente -hasta que volvió a cerrar la boca me dio tiempo a elaborar la lista de la compra de mañana- mientras el leal opositor se internaba por las procelosas aguas del IRPF.
En el pasillo se comentaba que Pilar del Castillo -a la que finalmente han ofrecido el Ministerio de Medio Ambiente- fue del PCE y que, en la UNED, donde da clases, en las asambleas llamaba a los socialistas socialtraidores, y que Ana Botella, que paró en el Palace a la hora del aperitivo, fue obsequiada por una especie de besamanos por los adictos.
Volviendo a lo del principio, lo cierto es que, te vistas como te vistas, y cambie lo que cambie, en las paredes del Congreso siempre rebotan las mismas emociones, aunque hayan mudado de cuerpo.
El pecho inflado y la condescendencia pertenecen ahora a los populares, que, rodeados de periodistas afines, se entregan a la ceremonia tradicional de palmaditas en el hombro e ilusionados abrazos. Los socialistas regresan al terreno de la modestia y la sencillez, y algunos vuelven a saludarte, o notas con el rabillo del ojo que les gustaría volver a saludarte.
Cualquier año puede ser el que vivimos peligrosamente.
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