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42.195 METROS DE ESFUERZO

4.700 corredores logran cruzar la meta y confirman el caracter popular del maratón

Antonio Jiménez Barca

Madrid ha convertido su maratón en un fenómeno popular que cada año convierte a más personas en auténticos atletas. Lo haga al paso que lo haga, cualquiera que recorre: algo más de 42 kilómetros es una especie de deportista de élite. 4.700 atletas dieron ayer a vuelta a la ciudad a base de redaños en el XIX maratón madrileño. Se supera el récord por segundo año consecutivo, El primer clasificado tardó dos horas y 19 minutos; el último, casi cinco horas. Pero la satisfacción por negar es algo que no se mide en un reloj. En el camino, los participantes encontraron el aliento de 300.000 incondicionales.

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A las 9.30, el alcalde, Jose María Álvarez del Manzano, dio la salida. Se olvidaron entonces los miedos, los nervios, el no haber dormido la noche anterior. La calle de Menéndez Pelayo se llenó de casi 6.000 personas en movimiento con una obsesión común: repetir lo que aquel guerrero griego, hace ya muchos siglos, que corrió, para informar de una batalla, 42.195 metros. Dicen que el guerrero llegó, pronunció como pudo "hemos ganado" y cayó fulminado por el esfuerzo.Sin pensar en aquello, los 6.000 corredores comenzaron ayer la aventura confiando en su entrenamiento y, sobre todo, en su ánimo. Los 500 soldados de la Brigada Paracaidista, cuya participación constituye ya una de las costumbres del maratón madrileño, iban casi en formación. Y cantaban.

Los buscadores de marcas, esto es, los corredores profesionales, enseguida se destacaron: ellos lucharon entre ellos; por detrás, la carrera fue otra: se bregaba contra uno mismo.

A la altura de la Puerta del Sol, alrededor de una hora después, las fuerzas andaban enteras; alguno se permitía bromear con los parientes apostados en los márgenes. Los de la Brigada Paracaidista seguían cantando a voz en grito. Dentro de la carrera había especialistas que ayudaban a los novatos a coger un ritmo óptimo para no desfondarse a las primeras de cambio. Entre ellos, dos personas ataviadas con sombrero de copa que portaban un cartel que decía "cuatro horas".

Casa de Campo

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En el kilómetro 25, ya en la Casa de Campo, el ambiente era un tanto distinto. Por delante iban los que a la postre llegarían los primeros. Entre ellos iba el ganador, el ruso Serguéi Stroganov. En la Casa de Campo, el público escaseaba, lo que se traducía en menos ambiente a la hora de impulsar las pantorrillas. Había ya quien andaba, echaba los ojos al suelo, negaba con la cabeza y empezaba a dudar. Era entonces cuando alguien del público -o de entre los mismos corredores- le pegaba una voz que actuaba como una verdadera descarga eléctrica.Llegaron los participantes al kilómetro 30, situado en el corazón de la Casa de Campo, y encontraron allí tres personas apostadas en la cuneta armadas con unas maracas, un bombo y unos platillos. Un corredor contaría después que oía el retumbar del bombo desde muchos kilómetros atrás, lo que le espoleó a seguir en la brecha.

Y entonces empezó lo duro. El kilómetro 35. La maldita subida del paseo de las Acacias. A los participantes se les metió la pendiente en el estómago. Los de la Brigada Paracaidista ya no cantaban. Bastante tenían con respirar. Un corredor sufrió un calambre de tal envergadura que se derrumbó. Se levantó a los dos minutos y siguió cojeando, Los parientes, los amigos, el público en general -alrededor de 300.000, personas siguieron el maratón desde la calle, según la Policía Municipal-, echaron el resto. De cada portal surgieron vecinos cuya única misión parecía la de subir a los corredores "hasta el siguiente repecho" a base de gritos.

El batallón enfiló entonces la Castellana. Muchos de los seguidores o los animadores aprovecharon el corte de tráfico para seguir a los corredores en bicicleta.

Una de ellos, Sonia Pastor, de 30 años, acompañó a su marido durante media carrera subida a un sillín. "Vamos, campeón" le gritaba al paso de cada kilómetro.

Y llegó, por fin, el final. Desde un altavoz colocado en un balcón de Príncipe de Vergara sonaba, como siempre, el Aleluya de Hándel.

Término de la pesadilla

El himno electrizó a los maltrechos corredores, que ya enfilaron el Retiro, y con él, la meta, y el término de la pesadilla. Una mujer con un carricoche corrió al lado de su marido los últimos 400 metros, tal vez los más felices; tres hombres mayores de 60 años llegaron juntos y con las manos entrelazadas. Carlos, "sin más apellido", llegó al lado de Juan, un ciclista reclutado a última hora para echar una mano y cargar con uno de los carteles que indicaba el ritmo apropiado de la carrera para no desfallecer. Carlos pegó dos puñetazos al aire nada más cruzar la meta. "Otras veces, en los otros maratones en los que he participado, he hecho mejores tiempos: pero la alegría de acabar éste es la misma que otras veces".Todos los que terminaron ganaron una medalla. Para eso necesitaron devolver el chip pegado al talón que sirvió de control durante la carrera. A algunos, el hecho de despojarse de la zapatilla para sacar el chip les pareció la última tortura de un magnífico día.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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