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El capitalismo español del siglo XXI

Joaquín Estefanía

El pacto acaba su larga gestación, hasta la investidura. La macroeconomía da muestras de autonomía y presenta datos muy optimistas: las bolsas de valores baten récords, el goteo de los resultados empresariales del primer trimestre del año que se van conociendo son buenos, los tipos de interés caen y pueden volver a bajar, la inflación parece domeñada y hasta el déficit público da síntomas de ceder. En este sentido, la herencia que dejan los socialistas no se puede descalificar más que desde la ideología, a no ser que las auditorías del PP cambien el panorama. Nunca se dio en España una conjunción de cifras más equilibrada.Lo que no significa que no haya dificultades o que algunos de esos logros sean precarios, estrictamente coyunturales o insuficientes para abordar con éxito los objetivos hacia los que se encamina este país, con el consenso de casi todas las fuerzas políticas: la convergencia con Europa. O que haya otros problemas muy importantes, de los cuales el más alarmante sigue siendo el gigantesco desempleo y el escaso peso de la población activa, en relación con la población real, que trabaja y que lo hace de forma estable. El gran debe de la etapa socialista será, sin duda, el paro; con un agravante: que creciendo los beneficios, no lo hace el empleo con la misma intensidad.

Mientras tanto, el mundo empresarial, en sus sectores más poderosos, prepara una recomposición para los nuevos tiempos. Aquí sí que se puede hablar de una segunda transición económica. Durante el franquismo, el Estado (sector público) y el mundo financiero protagonizaron la mayor parte de la vida económica. Con todos los -Matices, ello duró hasta los albores de la entrada de España en la CEE; entonces cambiaron las reglas del juego -de la autarquía a una economía más abierta- y muchos de los protagonistas de la era anterior. Ahora todos se preparan para la competencia de una economía mundializada, con escasas normas a las que acogerse, en una UE con moneda única, y penetrando, de nuevo, en el mundo de la industria y de los servicios. Además, con otro Gobierno tras 14 años de socialismo.

Anteayer, la banca en general tenía un modelo mixto entre comercial e industrial, que abandonó cuando las empresas en las que estaba presente (industrias de chimenea) decayeron. Un sector financiero purificado durante la primera transición entra ahora en las sociedades de punta, fundamentalmente en energía, telecomunicaciones y en las denominadas autopistas de la información, con lo que el modelo vuelve a ser mixto. Y esta lucha por el mercado no está protagonizada como antaño sólo por la banca, sino que compite directamente con el otro tercio del sistema financiero: las cajas de ahorro. Así, concurren inicialmente entre sí bancos y cajas por el negocio tradicional (de ahí la reciente dialéctica sobre si los bancos pueden comprar cajas y viceversa) y luego por el futuro, representado por los sectores citados.

En este marco es en el único que se pueden explicar los movimientos de los últimos tiempos, en los que la presencia financiera en los sectores del petróleo, gas, electricidad y telecomunicaciones públicas y privadas ha emergido explícitamente con la teoría de los núcleos duros y de las sinergias empresariales. Ejemplos de ello son la participación del Banco Santander y el BCH en Endesa; la del BBV, La Caixa y Argentaria en Telefónica; o la del BBV y La Caixa en Repsol.

La confrontación política será una broma comparada con la económica. Ésta será, a partir de ahora, la madre de todas las batallas y configurará el capitalismo español del siglo XXI.

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