Silencio y muerte al norte de Guatemala
El apaleamiento de tres indocumentados a manos de la policía estadounidense a principios de este mes y la muerte de otros ocho en un accidente durante una persecución ha puesto a México en pie de guerra. Como ya sucediera en 1994, cuando el Gobierno de California pretendió privar de educación y sanidad gratuitas a los inmigrantes ilegales, la sociedad mexicana, abanderada por la clase política, ha protestado con vehemencia contra el ultraje y la prepotencia del vecino del norte.Pocas voces se alzan, en cambio, para llamar la atención sobre lo que sucede en casa, en esa frontera sur que se ha convertido para miles de inmigrantes, sobre todo centroamericanos, en un rubicón de terror y muerte.
México comparte con Guatemala y Belice 1.138 kilómetros de frontera. Las autoridades calculan que unos 200.000 indocumentados la cruzan cada año. La mayoría tiene los ojos puestos en EE UU. Sólo uno de cada 10 conseguirá llegar. Los inmigrantes quedan a merced de la corrupción policial y en total desamparo.
En el norte hay estadísticas. En el sur, no. En el norte se sabe que 16 mexicanos murieron a manos de la policía de Estados Unidos entre 1991 y 1994. En Ciudad Hidalgo, localidad fronteriza con Guatemala, 39 indocumentados fueron asesinados tan sólo en 1995, según los datos del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro. Los cadáveres reposan en ríos o cunetas.
En el norte hay denuncias, culpables, castigos. En el sur, silencio. Una leve idea de lo que allí ocurre puede darla un muestreo con indocumentados realizado en 1994 por la Comisión Nacional de Derechos Humanos en Tapachula (Chiapas): un 67% de los inmigrantes había sido objeto de malos tratos por parte de las diferentes policías (el doble que en la frontera norte) y un 44% sufrió extorsión. Entre las quejas recibidas por esta institución hay casos de homicidios, violaciones y torturas.
En el norte, de vez en cuando hay, por fortuna, una cámara de vídeo. En el sur, nunca.
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