Ramas sin tronco
Libertarias, es un revoltijo de buenos ingredientes ligados entre sí de manera excesivamente visible y, por tanto, tosca. Es más una suma de partes que un verdadero todo. Tiene escenas vivas y emocionantes, pero no están fundidas entre sí ni segregan unidad y continuidad: se mueven a saltos, desamarradas, y crean cojera en el conjunto, que está mal o cuando menos insuficientemente vertebrado.Libertarias juega en la pantalla con demasiados modelos formales. Documento, drama, sainete, comedia, esperpento, epopeya, tragedia histórica, aventura bélica y relato de acción son algunas codificaciones que se mueven entre sus imágenes. Estas y otras ramificaciones a veces están materializadas en buenas anécdotas, ocurrencias y situaciones. Por ejemplo, el juego de desafíos con altavoces, la escena del prostíbulo, el, primer dúo entre Ana Belén y Ariadna Gil, el encuentro de ésta y Miguel Bosé en una iglesia, la voladura de una trinchera por Jorge Sanz, que desencadena la escaramuza, y el recuento de muertos en el pueblo, que acaba con el entierro de José Sancho. Y más. Son pequeñas joyas dignas de un cineasta de la talla de Aranda. Pero a tantas y tan buenas ramas les falta tronco: las cuatro mujeres protagonistas son personajes mal (o no) construidos y sus intérpretes han de sudar la gota gorda para hacerlos creíbles, cosa que logran a medias Ariadna Gil (agarrotada en las tomas de cuerpo entero, pero con su eficacia habitual en los primeros planos) y Loles León (distendida, libre y viva). Ana Belén mantiene esforzadamente la dignidad del suyo, pero con empleo de andamios de oficio, pues no hay manera de dar carne a un personaje tan acartonado e inmotivado. Y no es Ana Belén quien carga con lo peor: Victoria Abril, que nada más aparecer suelta dos o tres gestos con su sello, se pierde -¡y ya es difícil que el golpe de presencia de esta actriz se haga invisible!- y desvanecen su intento de resolver lo irresoluble, un personaje-muleta, que no deja grieta por donde entender qué demonios pinta en esta película, salvo -y de ahí que la hagan una medium espiritista, invento que proclama el artificio- para que a, través de un trance suyo el look del filme se enriquezca con el fantasma regicida de Mateo Morral, lo que es reducir a una actriz superdotada a telonera sacacorchos.
Libertarias
Dirección: Vicente Aranda. Guión: Rabinad y Aranda. Argumento: J. L. Guarner y Aranda. Fotografia: Alcaine. Música: J. Nieto. España, 1966. Intérpretes: Ana Belén, Victoria Abril, Ariadna Gil, Loles León. Madrid: P. de la. Música, Benlliure, Acteón,Novedades, Aluche, Cartago, Vaguada, Florida, Excelsior, Aragón.
El tumultuoso capítulo de la guerra civil en que la Columna Durruti inició, en su recorrido de Barcelona a Zaragoza, un ensayo in situ de revolución libertaria, no está en la pantalla como tal suceso: oímos enunciarlo pero no lo vemos. Libertarias es por ello una composición épica sin sentido épico. De otra manera: es cine itinerante que no transmite al espectador sensación de recorrido, de traslado, es decir: de itinerario. Y si al. artificio de las cuatro protagonistas se añade que éstas se mueven sobre un camino inmóvil, la aludida falta de tronco se multiplica.
Insistimos: en plena revolución libertaria no se ve la lógica o la dinámica de tal revolución: no se percibe en qué consiste o, si consiste en nada, tampoco se percibe esa nada. Es inevitable acudir, por proximidad argumental, a Tierra y libertad, donde sí se representa con concisión y nitidez la dinámica revolucionaria bolchevique en la escena de la asamblea de campesinos. Nada equivalente hay en Libertarias, salvo alusiones verbales en un mitin y en escenas coloquiales. El filme de Ken Loach pesa como losa sobre Libertarias mientras se va desvelando cómo el talento de Aranda y sus intérpretes no se mueve en curva de ascenso, sino que, después de arrancar con fuerza, se estanca a mitad de metraje y de allí al final desciende pausada e irremediablemente, apagado su empuje inicial por un desarrollo argumental disperso, atropellado y acumulativo, sin olfato para la síntesis y en el que la pantalla, a falta de verdad, se alimenta de simulación y prestidigitación.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.