_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jardinero en abril

Me disponía a hablar del futuro de Madrid y Lo Madrileño en el destino de Occidente pero he cometido el error de buscar la inspiración en la ventana, la lejanía, la trascendencia, y he visto qué verde está la hiedra. ¿Se han dado cuenta? Soy un pésimo jardinero -el peor posible, un jardinero olvidadizo y avaro con el agua-, pero aún así la hiedra de mi minúsculo jardín parece la de un parque: brilla durante el día y brilla bajo la luna, y ahora, al abrir la puerta verde de mis posesiones, tengo que apartar tres hojas, igual que hace Tarzán cuando sale de su casa en la copa de un árbol del pan.Evidentemente no es sólo la hiedra la que me ha apartado de mi cita con Madrid y con la Historia. Es que de un tiempo a esta parte ya no sé mirar por la ventana. Me distraigo. Es a veces el azul del cielo -y eso que a mí el azul del cielo me resbala-, el brillo del aire (parece octubre), o la brisa que se cuela por la ventana entreabierta y juega delicados aires de pájaro en el silencio de la habitación.

Todo ese bucolismo no bastaría, sin embargo. Ni soy tan joven, ni chocheo, ni me he enamorado recientemente, ni me he comprado un perro. Mi signo no es de primavera y no estoy reconciliándome con la madre tierra, tras siglos de alienación urbana y tabaquismo, mediante el cuidado de dos potos y un rosal. Es que de pronto ya no me alcanzan los ojos, la nariz ni las yemas de los dedos. Hasta me parece que hay menos ruidos.

Por ejemplo: ¿Han notado ustedes que en Madrid, desde hace unos días, hay más mujeres que en ninguna otra parte del mundo? No sé dónde estaban en invierno, pero ahora se multiplican por las calles con la pierna larga, el paso elástico, el párpado lento y la risa en los ojos. Una risa, advierto a los viajeros sin experiencia, peligrosísima. Una risa, sonrisa más bien, que puede mucho más que la hiedra verde, el brillo de la luna y el arrullo de los pájaros' en el silencio de la mañana.

Extravíos de poetastro, dirán ustedes. Fiebres de abril. No comprenden que hablo completamente en Serio. Preso yo también del tópico, como todo el mundo, durante más de tres décadas he creído que en España en general y en Madrid en particular había menos mujeres que en otras partes, pese al sol y los balcones llenos de geranios, y que además en su mayor parte tenían que volver a casa antes de las diez para servirle la cena a un padre con bigote y ver Un, dos, tres en televisión. Tanta simpleza se comprende con una parte no despreciable de mi experiencia. Y de la de ustedes,' supongo.

Ahora, un día de abril como otro cualquiera, algo hay en el olor de la hiedra recién regada por la mañana porque uno sale a la calle y de pronto se da cuenta de que Madrid es una ciudad ocupada por las mujeres. Al menos en abril. Ya llegará el verano y con él el calor indigno (Borges) y la simplificación del mundo entre los que sudan y los que no, pero de momento -disfrutémoslo-, el mundo es un lugar lleno de matices y en la ciudad ocupada por las mujeres no se ve una igual que otra, y- más o menos todas, no sé qué pasa, tienen un punto.

Ojo: no es una ciudad de mujeres tipo Nueva York, Dios nos ampare; esas legiones de trajes sastre y peinados naturales de cien dólares cargando por la Quinta Avenida como si se hubiesen doctorado en el gimnasio dé Jane Fonda y fuesen la versión políticamente correcta del quinto de Caballería. Ni tampoco París, Roma, o similares, donde demasiadas mujeres son conscientes de la leyenda de la ciudad, y posan. No: esto es distinto, y para comprobarlo no hace falta más que observar (con disimulo) el brillo de los ojos de los visitantes, y también de las visitantas, y mejor aún si ya han viajado lo suficiente para saber qué se puede esperar de una parisiense que tiene un no sé qué, cierto, pero que ella sí lo sabe, y desde niña, o de una neuyorkina que se pasa la vida esculpiéndose el cuerpo (literalmente), sólo para escupir al primer macho que la agreda con aquello de qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas. Esto... esto todavía es otra cosa. Hiedra verde.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_