Paolo Conte canta la odisea del hombre de posguerra europeo
Nuevo álbum del músico italiano del romanticismo bohemio
Tras más de veinte años como solista, el compositor italiano Paolo Conte tiene una de las obras más densas y sugerentes del área mediterránea. Su último trabajo se titula Una faccia in prestito (East West) y ofrece reflexiones sobre el desdoblamiento de la personalidad, las imposturas y las máscaras que nos exige la vida en sociedad. Todo sobre un fascinante tapiz de tango y blues, pasodoble y tarantela, puro romanticismo bohemio.
En la zona de camerinos del Palacio de Congresos parisiense Paolo Conte parece desplazado: está vestido de forma más convencional que sus jóvenes músicos o, incluso, que sus exuberantes representantes. Entre gente de la farándula Paolo parece, digámoslo ya, un discreto doctor, un pulcro abogado de provincias. Lo que no se aleja mucho de la realidad: "Yo quería estudiar medicina", explica, "pero el peso de la tradición familiar me hizo inclinarme por el derecho. Lo curioso es que haya terminado realizando labores terapéuticas, si he de creer lo que me cuentan algunos de los oyentes".Nacido en el Piamonte (Asti, 1937), Conte recuerda haber crecido escuchando jazz en un ambiente tolerante: "Mussolini había prohibido la música estadounidense, pero mi madre tocaba al piano temas de Duke Ellington y aquello tenía el sabor de la libertad". Fue un jazzman aficionado hasta que sentó la cabeza; en los años sesenta comenzó a componer canciones y algunas -como Azurro, en la voz de Adriano Celentano-, fueron grandes éxitos. Una conmoción en su pequeña localidad, imagino: "No, la verdad es que los clientes no dejaron de venir a mi bufete. Tampoco es que aumentaran..."
A partir de 1974, Conte se dedicó a cantar sus propias creaciones y el éxito fue inmediato. El suyo es un arte único: como si Nino Rota estuviera contratado por el Cotton Club neoyorquino, como si Kurt Weill hubiera tenido que ganarse la vida tocando para los apaches de París. Por eso, le duele verse descrito regularmente como el Tom Waits mediterráneo. "La pereza de algunos periodistas es... irritante. Me gusta Waits pero no ve más similitudes que el amor que compartimos por el jazz, el blues, el tango".
Procesos diferentes
Además, Conte no domina el inglés, aunque inserta algunos versos en ese idioma, "de la misma forma que uso frases en español, en napolitano, en lo que se me viene a la cabeza". Sorprendentemente, se queja de que el italiano no tiene la plasticidad necesaria para encajar en sus composiciones. Sus compatriotas no piensan lo mismo: en 1991, recibió el Premio Eugenio Montale, anteriormente reservado para poetas. "Y lo agradezco pero creo que fueron excesivamente benévolos: nunca se debe confundir una letra de canción con un poema. Son creaciones que obedecen a diferentes procesos". De repente, ha enrojecido: "Me da vergüenza repetir cosas tan obvias".Pero en España es necesario explicar a Conte desde el principio: su música es conocida principalmente por usarse como sintonía de espacios radiofónicos, en bandas sonoras o en anuncios publicitarios. "He tocado en Barcelona y en Valencia, allí están buenos amigos, como Quico Pi de la Serra, Lluís Llach o Lluís Miquel. Desconozco los motivos de que, por ejemplo, sea más conocido en Holanda que en España, ya que no siento mucha afinidad emocional con los holandeses. Tal vez tenga algo que ver con la experiencia de la Segunda Guerra Mundial: si hay un personaje central en mis discos, es el hombre europeo de la posguerra, que recupera el jazz y vuelve a conectar con las vanguardias, que vive ilusiones y desencantos".
No se plantea la carrera como una sucesión de conquistas de diferentes mercados, aunque en los últimos tiempos incluya en sus discos traducciones de sus letras al castellano: "Deseo no morir sin haber ido a tocar a Buenos Aires, por ejemplo. El tango me fascina por la riqueza de sentimientos que almacena, sin dejar de ser un arte pobre: después de todo, el bandoneón es una de las formas más modestas del acordeón".
En directo, muchas de las idiosincrasias de su repertorio se iluminan: nueve músicos excelentes dramatizan los ritmos y los quiebros de esas canciones seductoras y arrabaleras. "Tengo un grupo que cumple mis tres condiciones: complicidad, complicidad, complicidad". Pero no se considera un adicto a los sonidos rancios: "He trabajado con sintetizadores y no me importaría hacer algo totalmente electrónico".
Babelia
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