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Fanny Ardant: "Me gustan los cineastas apasionados y poco habladores"

La actriz elige Madrid para promocionar el cine francés

Fanny Ardant debiera ser cónsul o embajadora de Francia en alguna ciudad remota. Ese era su destino, el que le habían preparado sus padres, su formación y su condición social. "Pero... decidí apearme del tren en marcha, abandonar la carrera diplomática y hacer realidad un sueño de infancia". Hija del gobernador del palacio de Mónaco, de un colaborador muy próximo al príncipe Raniero y la princesa Grace, Fanny Ardant recuerda haberse dicho de pequeña "un día seré yo la que esté detrás del telón cuando éste se levante".

Fanny Ardant inicia el próximo lunes una visita a Madrid donde presentará tres películas: Vivement dimanche! (1983), La familia (1987) y Pédale douce (1996). "Las dos primeras, escogidas porque figuran entre las que no me han decepcionado, entre áquellas cuyo resultado supera las esperanzas del rodaje, y la tercera porque acaba de estrenarse, porque es una comedia muy divertida y porque en ella interpreto un personaje que nada tiene que ver con la mujer intelectual y burguesa con que me encasillan a menudo". La operación responde a una estrategia de promoción del cine francés a través de sus estrellas, que son las que eligen ciudad y filmes. ¿Por qué Madrid? "Porque apenas la conozco y porque cada vez que alguien me propone un viaje de placer pienso en una ciudad europea. No sueño con cocoteros, selvas amazónicas o noches en el desierto. Me gusta Europa, sus capitales, Praga, Londres, Lisboa o Madrid".

Para quienes tienen un mínimo de memoria cinéfila, Fanny Ardant es una figura asociada para siempre a su fulgurante debut en La femme d'a côté. La dirigió François Truffaut, con quien había iniciado en la vida real otra historia de amor que ella siempre ha querido y sabido proteger de la curiosidad morbosa de la prensa. Habla de él a través de los demás: "Me gustan los cineastas con un mundo propio, obsesivos, que conocen a fondo el tema del que tratan, que sean apasionados pero poco habladores. Que sean extraños o tengan mal carácter no me importa. Sólo detesto que se tomen en serio su trabajo. No era el caso de Truffaut. Cuando rodé por primera vez a sus órdenes, él escribía los diálogos los fines de semana. Un día me pidió si no tenía nada que preguntarle. Le respondí que no y él estuvo contento, como si llevase en su interior un secreto, un mundo oscuro que quería compartir sin tener que explicitarlo. Luego, en Vivement dimanche! todo estaba escrito de antemano y el más mínimo detalle previsto. Le gustaba hacer una película contra la anterior".

En Par del-a les nuages, de Antonioni, protagoniza uno de los episodios. "Antonioni debe ser el hombre que he conocido que mejor sabe lo que quiere. Sus historias las cuenta a través de la forma, lo controla todo, quiere que las piernas se reflejen en un cristal, que el movimiento recorra el cuadro en diagonal. Es tan pintor y arquitecto como cineasta. Par del-a les nuages es también una película sobre un hombre al que le gustan mucho las mujeres, que admira sus cuerpos. En el filme saca provecho de los privilegios de la vejez, pero se muestra mucho más como un hombre de la sensualidad que como un hombre del placer".

En Pédale douce, de Gabriel Aghion, ella dirige un bar gay y espera encontrar el hombre de su vida. "Cambiar de sexo es mucho más interesante que cambiar de oficio. Para un hombre ser una mujer supone poder perfumarse, llorar, pintarse las uñas o andar contoneándose. Disfrazarse de aviador o de panadero tiene un interés muy relativo; disfrazarse de mujer equivale a ser libre, cambiar de comportamiento, arremeter contra todos los tabúes educativos. Pero convertido en mujer, el gay deja de ser atractivo para los hombres que él desea. Es su contradicción".

Fanny Ardant sigue subiendo a los escenarios. Admite que el teatro es frágil, que el milagro que permite desvanecer las convenciones de la representación se da raramente, pero para ella el teatro es como el mar: está ahí, desde siempre, lo necesitamos, pero sólo muy de cuando en cuando es mágico. Ese día transmite una emoción mucho más fuerte y perdurable que la de la mejor secuencia del mejor filme.

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